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Mecapaca fue el “ Olimpo ” de los primeros paceños

Nota de prensa que salio publicada en el periodico Página Siete el día domingo 30 de Septiembre de 2018 e las páginas 22 y 23 en la sección gente y lugares

Afrodita esperaba a los paceños que en invierno vacacionaban en el valle, con hermosas casonas en medio de huertos fértiles. En 1858 el Choqueyapu se “tragó” la comarca.

Ivone Juárez / La Paz

En la época de la Colonia y a inicios de la República, en mayo, cuando el invierno comenzaba a acercarse a Nuestra Señora de La Paz, los paceños comenzaban a migrar al valle de Mecapaca, que se encontraba a más de un día de viaje a caballo o carroza. El lugar, donde pasaban unos meses, alejados de la vida en la ciudad, de sus obligaciones, era como su Olimpo, donde Afrodita los esperaba con los brazos abiertos, mientras que Dioniso, la deidad del vino, les ofrecía la liberación para entregarse con más soltura a los placeres que prometía la diosa del amor.

Una vista de lMecapaca actual ubicada a solo 30 km de la zona sur de la
ciudad de La Paz Fotos: Sara Aliaga Página siete
La comarca, donde los más acomodados habían construido lujosos caserones con todas las comodidades, rodeados de jardines y huertos, se inundaba de música y baile. Las fiestas, que comenzaban en las residencias, terminaban en la calle y en la plaza, donde los fiesteros formaban rondas, bailando y cantando coplas en torno a los incidentes amorosos que surgían entre ellos.

Una de las callejuellas del municipio, ubicado en La Paz. “Se entregaban al baile, a la música, y entonando con febril entusiasmo trovas eróticas, y sentimentales, terminaban rindiendo fervoroso culto al amor”, escribió a inicios del 1900 el escritor paceño Rigoberto Paredes (1870 - 1951) en una crónica sobre Mecapaca. El relato fue compilado por los historiadores Carlos Gerl y Randy Chávez, en el libro Tradiciones de Mecapaca, publicado en julio de 2018.

Una de las calles del municipio ubicado en La Paz
De acuerdo con Rigoberto Paredes, la comarca, que era lugar de vacaciones para los paceños, “desde tiempos inmemorables había sido un lugar destinado a los placeres”.

“Su mismo nombre estaba compuesto por las palabras meca (fornicar o adulterar) y poca, alteración de pata, altura, se da a comprender así”, afirma.

La plaza principal de Mecapaca y su templo principal. Minué... mecapaqueñita

Mientras estaban en este paraíso en la tierra, los paceños la pasaban de fiesta en fiesta, desde las recepciones más exclusivas, de etiqueta, al estilo de Europa, donde se bailaba el minué, redoba (estilo polca), hasta las populares, donde se entregaban al bailecito de tierra, a la cueca y a la mecapaqueñita, un baile inventado en el lugar, tomado del fandango español.

La plaza principal de Mecapaca y su templo principal
De acuerdo a Tradiciones de Mecapaca, en las recepciones de etiqueta se terminaba bailando la “agua de nieve, un baile inventado, sin duda alguna, para que las solteras hicieran gala de toda su sal (agudeza) y donaire”.

La danza era un verdadero ritual para el amor en Mecapaca. Tanto así que los varones, en señal de conquista, incluso derramaban prendas de oro a los pies de la mujer que querían conquistar. “En los bailes de zapateo, los enamorados rumbosos derramaban a los pies de su bella pareja centenares de pesos godos, onzas y aún especies de oro”, cuenta Rigoberto Paredes.

El valle no perdió su cualidad agrícola.

“Una cárcel de amor”

Mecapaca era un destino tan deseado por los paceños, que aprovechaban cualquier descanso para viajar al lugar. En Tradiciones de Mecapa se lee que los sábados, desde el mediodía, salían de la ciudad en grandes caravanas formadas por coches jalados por caballos.

El valle no perdio su cualidad agricola
La crónica de Elías Zalles Ballivián (1859 - 1931) cuenta que entre 1855 y 1558 un grupo de jóvenes partió de La Paz a caballo rumbo al poblado. La noche los sorprendió en un lugar llamado La Carrera, donde, entre los arbustos, aparecieron unos indígenas que los tomaron como presos y les anunciaron que serían escoltados a la cárcel del pueblo.

Asustados, llegaron hasta la puerta de la cárcel de Mecapaca, donde los esperaba el corregidor para darles su sentencia. Pero cuando se abrió la puerta del penal apareció el “cura Zárate, que los invitó a pasar con palabras halagüeñas”. Cuando cruzaron la puerta se encontraron con que la cárcel se había convertido en un gran salón de baile.

El camino a Mecapaca, que ante se hacía a caballo
El religioso, junto con los mecapaqueños, había sacado al único reo de la cárcel y la había adecuado para una gran recepción.

“Hizo que se arreglara lo mejor posible, con el concurso de todos, (…) indicando cómo se había que ejecutar la prisión de los jóvenes y salir al encuentro declarándolos ‘prisioneros de amor’”, cuenta Elías Zalles.

Y Mecapaca siguió siendo un Olimpo para los paceños hasta 1858, cuando el río Choqueyapu se desbordó y, con su aguas unidas al de Chuquiaguillo, el Irpavi y el Achocalla, la destruyó.

“Desaparecieron 50 casas de recreo de las mejores y con ellas se perdieron al menos 200 árboles frutales. En los años posteriores siguieron las crecientes, debastándolo, al punto que hoy no quedan de ese pueblo floreciente más que ruinas. (…) El bullicio alegre de tiempos pasados ha sido reemplazado por el sordo mugir de las aguas”, escribió Zalles a inicios de 1900.

Los pacenos partian en caravanas de carretas hacia el poblado
Hoy Mecapaca es un municipio que se va poblando a gran velocidad; a los lados de su ruta principal la construcción de chalets y otros tipos de viviendas no se detiene.

Los paceños partían en caravanas de carretas hacia el poblado. Indígenas decían descender de las águilas

En el Olimpo de los paceños también reinaba Ares, personificado por unos indígenas guerreros que se consideraban invencibles y descendientes de las águilas.

El valle (Mecapaca) era habitado por unos indígenas “presuntosos que pretendían ser descendientes de las águilas (pokas, en aymara)”, dice el escritor costumbrista paceño Rigoberto Paredes (1870 - 1950) en el libro Tradiciones de Mecapaca, de Carlos Gerl y Randy Chávez.

La gruta de Lourdes, el paso que se seguia para llegar a Mecapaca
“Se creían invencibles y provocaban a sus vecinos a frecuentes luchas, hasta que los collanas los vencieron, y burlándose de ellos los llamaron mekha pocas. Se apoderaron de sus mujeres y convirtieron el lugar en sitio de placer. Parece que de ese tiempo data la denominación (Mecapoca)”, escribió Paredes en una crónica a inicios de 1900.

La Gruta de Lourdes, el paso que se seguía para llegar a Mecapaca. En ese entonces, después de la riada que destruyó el pueblo, en 1858, el lugar era considerado un cantón que contaba con 18 propiedades “rústicas”, como Huajchilla, Palomar, Avircato, Guaricana, La Carrera, Taipichuro, y más de 83 huertos, que en conjunto tenían un valor de 531.160 bolivianos, de acuerdo con la crónica de Rigoberto Paredes.

Paceños se refugiaban del frío en los valles que estaban fuera de la ciudad.
Mecapaca, según el Censo que se realizó en 1900, contaban con una población urbana de 264 personas y una rural de 2.406 almas, divididas en 1.360 varones y 1.310 mujeres, se lee en Tradiciones de Mecapaca, texto presentado en julio de 2018, en La Paz.


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