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Zambo Salvito, el forajido que aterrorizó a La Paz

Reportaje que salio en el periodico Pagina siete en la revista Miradas el dia domingo 14 de Junio de 2015

Zambo Salvito, el forajido que aterrorizó a La Paz

El personaje paceño, cuya vida se entremezcló entre el mito y la realidad, se convirtió en el ejemplo del escarmiento al robo; fue ejecutado en 1871. Dos historiadores siguieron su rastro y dieron con su fotografía, que se encuentra en un museo de Estados Unidos.

Ivone Juárez Zeballos

Son las 12:15 del 23 de diciembre de 1871. El mediodía de verano ha caído sobre la plaza Caja de Agua (hoy  plaza Riosinho) de la ciudad de La Paz, hasta donde la gente de todas las clases sociales ha llegado por miles para presenciar el fusilamiento de siete miembros de la banda de forajidos que durante 10 años aterrorizó a La Paz. Asaltos, robos, atracos son los delitos que pesan en contra de los bandoleros. Se habían adueñado de los caminos de La Paz, donde caían sobre los incautos e indefensos arrieros y viajeros para robarles sus pertenencias: cargas, dinero, animales, todo de lo que pudieran llevarse, incluso sus vidas. Por la investigación que se pudo realizar, se tiene confirmado que cometieron 17 asesinatos a palos, golpes, pedradas y estrangulamiento. Su ferocidad fue tal que entre sus víctimas se encuentran dos bebés de pecho, que fueron estrangulados a sangre fría ante la mirada desesperada  e impotente de sus madres.

Los delitos son demasiados, crueles y los peores, por eso han sido condenados a la pena capital. La gente amontonada mira azorada a los siete condenados que comienzan a ser amarrados por los militares a los  banquillos del suplicio. Con los ojos vendados, desesperados y entre sollozos esperan su final. Frente a ellos, dos de sus cómplices, cuyos delitos son menores, los miran aterrados: su castigo, además de la cárcel, es presenciar el fusilamiento de sus secuaces.

Entre los condenados está el temido Salvador Chico, más conocido como el  Zambo Salvito. Es el jefe de la cuadrilla de malhechores.  Los mismos miembros de la banda así lo identificaron, después de largas declaraciones, pues los cómplices le habían jurado silencio, luego de ser amenazados de muerte en caso de denunciarlo o confesar sus crímenes. Dicen que el forajido tiene 33 años.

En medio del gentío, que enmudecido  presencia los preparativos de la ejecución del Zambo Salvito y parte de su banda, se encuentra Luciano Valle, redactor del periódico El Illimani. En su crónica publicada el 25 de diciembre de 1871, y rescatada por los historiadores Randy Chávez y Carlos Gerl,  relata los hechos:

"A las once y media de la mañana del día veintitrés de los corrientes, Salvador Chico (cabecilla), Rufino Mamani, Marcelo Mendoza, Lorenzo Siñani, Juan de Dios Condori, Simón Lucana y Pablo Quispe (sorteado), fueron conducidos del cuartel del celadores al lugar de la ejecución, en medio de la fuerza armada y de un inmenso gentío que manifestaba su emoción profunda. Cada uno de los reos estaba ayudado de las conmovedoras oraciones de dos sacerdotes; seguían a estos Remijio Jimenez y Estevan Espinoza, condenados a presenciar la ejecución de sus codelincuentes. El Sr. Fiscal del Partido, Dr. Saturnino Andrade, el Sr. Juez de la causa, Dr. Paton y el Secretario del Tribunal, D. Manuel Belmonte iban en seguida a presenciar la ejecución de la pena. La primera compañía del Batallón 3° de Omasuyos, al mando del Sargento Mayor Miguel Villar escoltó  a los reos, el resto de dicho Batallón cubrió la retaguardia.

Llegados los reos al campo de Caja de agua (hoy plaza  Riosinho), después de haberse desmayado varias veces en su tránsito, fueron introducidos dentro del cuadro formado de antemano con arreglo a la ordenanza militar.

Los banquillos de los siete reos espresados (sic) estaban colocados en línea recta frente a la población; los asientos de Remijio Jimenez y Estevan Espinoza, condenados a presenciar la ejecución, ocupaban los costados colaterales. A las doce y cuarto amarraron en los banquillos del suplicio a los desgraciados reos y mediante todas las formalidades de ley y todos los consuelos espirituales de nuestra augusta relijion (sic), terminaron su existencia, a una descarga cerrada que hizo una mitad de la compañía que los escoltó; más de diez mil personas confundieron su grito de horror con la espantosa detonación de aquella descarga.

Los infelices ejecutados espiraron en el acto; sus cuerpos quedaron espuestos (sic) hasta las cinco de la tarde en sus respectivos patíbulos. La ley caía sobre la cabeza de estos desgraciados, hasta el extremo de quitarles la vida, porque ellos habían cometido el crimen de quitar la vida de otros.  La sociedad que así castiga, comete igual o mayor injusticia que el ignorante o empedernido hombre que se lanza en el terreno del crimen, tal vez sin reflexión, por falta de conocimiento, de instrucción y de moralidad”.

LAS FOTOGRAFÍAS DEL ZAMBO SALVITO


Zambo Salvito fotografia tomada del periodico Página Siete
Antes de la ejecución, mientras el Zambo Salvito y su banda esperaban el día de su ejecución en la cárcel, el fotógrafo Ricardo Villaalba, de nacionalidad peruana, se había ocupado de fotografiar a los temidos delincuentes: nueve hombres y una mujer, Gregoria Uchani, acusada sólo de  encubrimiento, por lo que estuvo entre los tres cómplices que salvaron sus vidas, pero que fueron a la cárcel para purgar sus delitos.

Villaalba fotografió a la banda íntegra, pero también de manera separada  al Zambo Salvito y a cada uno de sus secuaces. Los retratos eran una muestra de la conmoción que generó en La Paz de finales del siglo XIX la captura de los delincuentes, denominados entonces la cuadrilla de la Halancha, en referencia al lugar donde fueron encontrados,  un lugar despoblado ubicado entre La Paz y Los Yungas (hoy avenida Periférica) donde la banda había montado una de sus guaridas  en unos túneles, donde  planificaban sus robos y  atracos sangrientos.

Esa  captura  despertó el interés y la curiosidad de muchos, sobre todo por la forma cómo fueron apresados los delincuentes por la Policía: uno de los temibles bandoleros había sido encontrado con la bufanda de un profesor  que había   desaparecido en el camino a Los Yungas.  Los uniformados lo interrogaron  y   terminó confesando que era parte de la banda del temible  Zambo Salvito, como señala el escritor Elías Zalles Ballivián, en su libro Tradiciones y Anécdotas Bolivianas, publicado en 1930, 50 años después de la ejecución de Salvador Chico.

"La Policía constató los hechos encontrando el cadáver del profesor y una cueva donde apresaron al jefe de la cuadrilla y a sus compañeros, entre los que faltaba un indígena apellidado Condori, quien fue capturado poco después en la ciudad de La Paz.  De esta manera, se realizó el juicio criminal contra nueve reos en un salón del antiguo Loreto (hoy Palacio Legislativo), donde, en uno de los episodios del caso, llevaron al juez una voluminosa piedra ensangrentada y uno de los sindicados confesó que habían matado con ésta a una pareja de esposos y a su niño recién nacido, infante que por lastima de que quedara huérfano, uno de ellos se paró sobre él y le quitó la cabeza”, relata Zalles Ballivián en su obra.

"Después de oír esa confesión, el abogado defensor se levantó y pidió la muerte para los culpables y los presentes en el auditorio exclamaron: "¡muerte!… ¡muerte!…”. Si el tribunal no hubiera estado custodiado por los guardias los criminales hubieran sido linchados en el acto. El juez condenó a muerte al jefe de la cuadrilla  y a seis de sus compañeros (...). Al siguiente día los reos fueron conducidos desde la prisión hasta la plaza Caja de Agua, donde debían ser ejecutados”.

El hallazgo

Casi 150 años después, las fotografías de Villaalba  y la crónica del periodista  Luciano Valle, publicada en el periódico El Illimani, son prácticamente los únicos testimonios que demuestran  que el Zambo Salvito  existió realmente y que fue un forajido  condenado a la pena de  muerte por sus innumerables delitos, y así se convirtió en un mito, una leyenda para los habitantes de La Paz que durante años, generación tras generación, transmitieron de manera oral el destino fatal de este hombre  a modo  de ejemplo del  escarmiento que recibe el gusto por lo ajeno.

Estos dos registros fueron encontrados por los historiadores   Randy Chávez y Carlos Gerl, quienes, a través de su investigación de años sobre  la veracidad de la existencia de Salvador Chico -  denominada  Zambo Salvito -  primero, dieron con el periódico el Illimani de 1871 y, luego, con las fotografías de Ricardo Villaalba, que se encuentran en el Museo de Arqueología de la Universidad de Harvard de Estados Unidos, y que fueron facilitadas (en copias) por Lisa Trever, historiadora de arte y profesora de la Universidad de California, para mostrarlas a quienes alguna vez escucharon de este personajes mítico que inspiró cientos de historias sobre su vida y destino fatal.

El Zambo Salvito,   ese personaje de las historias y cuentos que las madres y  abuelas contaron a los niños como ejemplo del cruel destino al que puede llevar el robo, sí existió. Vivió en La Paz desde los siete años. Había nacido esclavo en Chicaloma, Los Yungas, de  Zacarías y Rosa, quienes lo bautizaron como Salvador Chico.

Su madre huyó con él a La Paz después de que su padre fuera golpeado hasta morir por su amo, que lo acusó de haber robado un cesto de coca. Ya en la ciudad,  madre e hijo se instalaron en el Tambo San José de la Chocota (hoy Illampu), donde la vida de este personaje comenzó a entretejerse entre el mito y la realidad.

El origen tiwanacota del poder incaico

Publicacion que salio en pagina siete en la revista miradas el domingo 2 de febrero de 2014

La historiadora Patricia Montaño Durán afirma que la cultura tiwanacota forjó un imperio que constituyó el único antecedente para la conformación del Estado incaico.

Gonzalo Díaz Díaz de Oropeza
"Quiero que Tiwanaku se conozca en todo el mundo”, dice la historiadora Patricia Montaño Durán, quien afirma que la antigua urbe andina fue la capital de un gran imperio que se extendió por todo el occidente boliviano, casi toda la costa del Perú, el norte de Chile y el noroeste argentino.
Para Montaño, Tiwanaku es el antecedente directo de la conformación del imperio incaico, lo cual argumenta en su libro El imperio de Tiwanaku.
Montaño ha estudiado Tiwanaku por varios años y parte de sus investigaciones las realizó junto al famoso arqueólogo boliviano Jorge Ponce Sanjinés (1925 – 2005), con quien estuvo casada por varios años.
Un imperio se caracteriza por la asimilación de culturas que son dominadas políticamente, lo cual pasó en la antigua urbe andina, en la cual junto al aymara, que era la lengua predominante, se hablaban los idiomas de las culturas asimiladas, como el puquina, el uru y el quechua,  dice la especialista.
Tiwanaku nació como una aldea en 1580 a.C. y como un Estado en 133 d.C., y fue a partir de 724 d.C. que logró su mayor esplendor, hasta 1187 d.C.
El imperio se construyó por medios militares, pues la capital contaba con un ejército especializado, que incluso tenía órdenes de élite y una construcción militar como era Puma Punku.
 Era frecuente que se representara a los guerreros sosteniendo cabezas trofeo y ellos incluso tenían perros, los cuales seguramente eran usados en las batallas para amedrentar al enemigo, dice Montaño.
Así, los guerreros tiwanacotas dominaron los valles, de donde se obtenían recursos y tributos. Para ejercer su influencia en cada enclave se contaba con funcionarios, quienes se ocupaban de hacer las recaudaciones.
En muchos de estos lugares, la dominación fue de forma pacífica, pues también se establecían alianzas, por ejemplo, a través del matrimonio con diferentes señores locales, indica la historiadora.
El fin
Montaño dice que no se sabe si hubo una resistencia por parte de las poblaciones locales, pero sí quedan evidencias de una guerra civil que antecedió el final del imperio, que fue precedida por una crisis económica provocada por una gran sequía que produjo inestabilidad política. De las culturas que habitaban las regiones vallunas, posiblemente los mollo fueron los que se enfrentaron con el ejército tiwanacota en una última batalla, dice Montaño.
En 1644, Fernando de Montesinos escribió Memorias historiales y políticas del Perú, obra en la cual afirmó que en aquella batalla murió  el último rey de Tiwanaku, que causó la desmoralización y posterior derrota y desintegración del ejército tiwanacota.
El historiador peruano Waldemar Espinoza afirma que tras aquella hecatombe una caravana real que llevaba a un niño heredero del trono partió de Tiwanaku.
A partir de esta caravana surgió el imperio incaico, dice Montaño, quien argumenta que por ello todas las mitologías en torno al origen inca se ubican en el lago Titicaca y por tanto en Tiwanaku.
Nombres  aymaras
Una prueba de la relación entre Tiwanaku y los incas también fue dada por Montesinos, quien en su obra consignó una lista de 105 gobernantes incas.
Ponce Sanjinés consideraba que sin saberlo este cronista había recogido una parte de la historia de Tiwanaku, afirma Montaño.
Según el arqueólogo boliviano, 49 de los 105 soberanos consignados por el cronista en el siglo XVII eran señores tiwanacotas. Ponce Sanjinés se basaba en que estos nombres no tienen sentido en quechua, pero sí lo tienen en aymara.
Por ejemplo, Manco Khapaj en aymara equivale a Mallku Capaca, que equivale a "jefe poderoso”, dice la historiadora.
De esta forma, Ponce Sanjinés consignó una lista de 49 soberanos tiwanacotas, que para Montaño eran verdaderos reyes, los cuales están consignados en su libro El imperio de Tiwanaku. Sin embargo, todavía queda por investigar al resto de los gobernantes citados por Montesinos, afirma la autora.
El legado
Montaño dice que los incas mantuvieron y aprovecharon lo que quedaba del imperio tiwanacota, como el ayllu, que era una de sus instituciones.
Incluso la ideología era la misma, pues en Tiwanaku existía el Putisuyo, que significa cuatro partes, lo cual fue tomado por los incas, que constituyeron el Tawantinsuyo. "La ideología era la misma”, afirma la investigadora.
El legado de Tiwanaku hasta ahora permanece vigente, asegura Montaño, quien argumenta que además de la vigencia del idioma aymara, todavía se hacen sahumerios y se tiene devoción por los achachilas y otras deidades, como por ejemplo el Ekeko, que en Tiwanaku representaba al dios del trueno  y se llamaba Ekako, el cual era representado con joroba.
Es necesario recuperar la memoria de Tiwanaku, afirma la historiadora, para así mejorar la autoestima de los bolivianos, que son herederos de esta antigua cultura. "Tiwanaku fue un imperio, un Estado rico, basta ver sus construcciones”, dice.

En 1644, Fernando de Montesinos escribió Memorias historiales y políticas del Perú, obra en la cual afirmó que en una batalla murió el último rey de Tiwanaku.

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