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Una cruzada para levantar “maldición” a revolucionarios de 1809 llega al Papa

Nota de prensa que salio publicada en el periodico Página Siete el día domingo 8 de Julio de 2018 en las páginas 22 y 23

Días después de la Revolución del 16 de julio de 1809, un obispo lanzó la excomunión contra los patriotas hasta su séptima generación. “¡Demonios!, ¡malditos!”, les gritaban mientras los perseguían. Sus descendientes no se sienten afectados por la “maldición”, pero quieren que se levante.

Ivone Juárez / La Paz

“¡Demonios!, ¡malditos!, ¡endemoniados!”, eran los gritos de quienes perseguían a los revolucionarios del 16 de julio de 1809, sobre todo a los que huyeron de la persecución españolas hasta la zona de los Yungas.

Los descendientes de los patriotas que se levantaron el 16 de Julio de 1809


A los patriotas liderados por Pedro Domingo Murillo, que se levantaron contra la corona española e instalaron un nuevo gobierno en La Paz, no sólo los perseguía la muerte y la miseria -porque fueron despojados de todos sus bienes-, sino también la maldición” de la excomunión lanzada en tres oportunidades, entre el 26 de septiembre y 5 de octubre de 1809, por el obispo de La Paz Remigio La Santa y Ortega.

Los descendientes de los patriotas que se levantaron el 16 de julio de 1809. Se trataba de una invocación a la “espada de San Pedro para destrozar a los alzados”, sus familias, hasta la séptima generación, que fue hecha pública en la ciudad para disuadir a los rebeldes.

Esta “maldición” o anatema significaba que los revolucionarios y sus descendientes no podían recibir los sacramentos, como el bautizo, el matrimonio, los santos óleos antes de morir, ni ser enterrados en los cementerios, que estaban en los atrios de los templos.

El 27 de septiembre de 1809, desde Yrupaya (sic), el obispo La Santa emitió el primer edicto que declaraba a los rebeldes “malditos del Eterno Padre, del hijo y del Espíritu Santo”.

“Mandamos a todos los fieles Cristianos, les nieguen todo auxilio, favor y ayuda; que no les comuniquen ni traten (...) negándoles el habla enteramente”, decía el primer documento que condenaba a la excomunión a los que entonces eran llamados “alzados”.

Juan Reyes Aramayo y Genoveva Loza recopilaron estos edictos del obispo La Santa y Ortega en el libro Los hechos del primer grito libertario en la América Hispana en inicio de la Guerra de la Independencia (2004) con el afán de iniciar una cruzada ante el Vaticano para que la excomunión sea levantada, como una reivindicación a la memoria de los revolucionarios.

Su última acción fue enviar una carta abierta al Papa Francisco para que levante ésta, que fue una especie de “maldición” para los héroes de la Revolución del 16 de julio con el objetivo de disminuirlos.

El argumento de Reyes y de Loza, esgrimido en la carta a Francisco, es que la excomunión “se aplicó sin cumplir ninguna de las disposiciones del Concilio de Trento, del Código Canónico, como ser admoniciones, citaciones, procedimientos, plazos, procesos, etcétera”. En 2006, estos investigadores hicieron su primer pedido, que aseguran llegó hasta el Vaticano.

“La excomunión no se hizo efectiva con los descendientes de los revolucionarios, pero pedimos que se levante como una justa reivindicación a la memoria de nuestros héroes, que sólo lucharon por nuestra libertad”, dice Juan Reyes.

Los restos de los héroes de la Revolución del 16 de julio de 1809, en el templo de San Francisco. Perseguidos por la “espada de San Pedro”

Un cuadro sobre la ejecución de pedro Domingo Murillo
Después del 5 de octubre, cuando el obispo La Santa y Ortega lanza el primer edicto de excomunión contra Pedro Domingo Murillo, Juan Pedro Indaburo, Juan Bautista Sagárnaga, Mariano Graneros, Pedro José Indaburo y otros revolucionarios, entre los que también figuraban sacerdotes -como se lee en el edicto-, la situación de éstos, que en su gran mayoría habían huido a los Yungas de La Paz, fue devastadora. Fueron perseguidos por ejércitos de indígenas comandados por religiosos católicos, que usaban la “excomunión como una espada”.

“La excomunión fue el factor principal para el descalabro del movimiento patriota”, dice el general en retiro Luis Sánchez, quien prepara una saga de tres novelas históricas relacionadas con la Revolución del 16 de julio de 1809.

“Con la autoridad de Dios Omnipotente (…) excomulgamos y entregamos a Satanás a los cabezas de alzamiento que se nombrarán con claridad y distinción (…) los declaramos malditos del Eterno Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, sentenciaba el edicto que sirvió para despertar el terror en la población paceña católica.

En uno de los apartados de su trabajo, Luis Sánchez recupera la carta de uno de los revolucionarios, Arnaldo, quien junto a Lanza y otros llegó hasta Huancané, huyendo de la persecución, y se refiere al efecto que provocó la excomunión.

“Estoy bien gracias al Creador (...) Lanza ha reunido más de 5.000 hombres y estamos sitiando a los ensotanados de Irupana desde el día 14 (…) El obispo y sus frailes, casi todos los párrocos de la región, han organizando batallones de 600 a 800 hombres, para combatirnos. Los curas requisan casa por casa repartiendo bendiciones e indulgencias, a tiempo de esgrimir la excomunión como si fuera espada. Están convenciendo a la gente”, escribió Arnaldo.

En el trabajo de Sánchez también se lee que los revolucionarios que huían de Chicaloma, donde también fueron perseguiros por los batallones dirigidos por los religiosos, mientras iban en dirección al río Solacama, escuchaban “¡Malditoooos!... ¡Demonioooos!... los gritos que provienen de las alturas (...) acoso permanente de los indios fanatizados por los curas”.

Sánchez aclara en su investigación que la excomunión lanzada por el obispo Remigio La Santa y Ortega fue ilegal porque no consideraba disposiciones papales que anulaban la posibilidad de aplicar este castigo en casos políticos, como se trató la Revolución del 16 de julio de 1809.

“Así habría sido interpretado por monseñor La Santa en 1809 para el caso de la rebelión de los paceños contra la autoridad real, sin considerar que disposiciones papales posteriores anulaban esa posibilidad de lucha religioso -política”, se lee en su trabajo.

Sin embargo, los descendientes de los revolucionarios de 1809 piden que el Vaticano levante esa excomunión. “Es como enmendar un agravio de la Iglesia contra unas personas cuyo único error fue querer ser libres. Nos maldijeron porque nuestros antepasados soñaron con la libertad”, dice Carlos Gerl, descendiente del protomártir Pedro Domingo Murillo.

Su madre, Betty Pardo, hija de Dora Guitérrez Crespo, nieta de Murillo, asegura que la excomunión nunca se cumplió con su familia ni con sus antepasados, porque la Iglesia Católica jamás les negó ningún sacramento. “He vivido feliz toda mi vida, esa excomunión nunca representó nada porque fue sólo un acto de rebeldía del obispo La Santa”, afirma. Sin embargo, también considera que es de justicia que la Iglesia levante la “maldición” que el obispo La Santa y Ortega lanzó en 1809 contra los héroes a los que La Paz les debe 209 años de libertad.

Un cuadro sobre la ejecución de Pedro Domingo Murillo. El obispo “castigó” a la Virgen del Carmen

El levantamiento del 16 de julio del 1809 contra la corona española despertó del tal manera la ira del obispo de La Paz Remigio La Santa y Ortega, que éste no dudó incluso en excomulgar y “castigar” la imagen de la Virgen del Carmen, cuya celebración fue aprovechada por los patriotas paceños para iniciar su revuelta.

“El obispo castigó y excomulgó la imagen de la Virgen del Carmen que sacaron en procesión el 16 de julio de 1809. Él, en persona, la castigó, la encerró en una cripta del templo de San Agustín”, afirma el historiador Carlos Gerl.

El investigador añade que se cuenta que La Santa y Ortega al intentar arrancarle la corona a la imagen, incluso le sacó el peluquín. “La Virgen quedó calva”, afirma Gerl.

De acuerdo con el investigador Juan Reyes, durante la Revolución de julio, el obispo La Santa y Ortega fue exiliado a Río Abajo, pero huyó hasta Irupana, Yungas, donde organizó a los religiosos e indígenas en ejércitos para perseguir y acabar con los “alzados”. “Les da cargos militares a los curas y organiza ejércitos. Pide municiones a Cochabamba y se parapeta en Irupana”, afirma Reyes.

Hasta Yungas huyeron los protomártires, donde muchos encontraron la muerte en manos de los ejércitos organizados por el obispo La Santa y Ortega.

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