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La necrópolis judía de La Paz, llena de simbolismos

Esta nota de presnsa fue publoicada por el periodico Página Siete  el dia 22 de Noviembre de 2015 en la revista Miradas en las páginas 22, 23, 24 y 25 y fue escita por Ivonne Juarez Zeballos

Tres generaciones de migrantes judíos descansan en este beit kabrot (cementerio, en hebreo) , donde las tumbas cuentan quiénes las habitan y cómo murieron.

Es un día especial. El silencio de la necrópolis israelita en La Paz, enclavada en una curva de Villa San Antonio, se rompe. Las rejas negras, que llevan en el medio la estrella de seis puntas, la Estrella de David, el símbolo mayor hebreo, se han abierto. Ha llegado una comitiva de la colonia alemana para rendir homenaje a las víctimas judías del Holocausto nazi.


Cementerio judio
 La comitiva se dirige hacia el mausoleo de la Shoá, término hebreo utilizado para referirse a la aniquilación judía perpetrada por el nacionalismo nazi en Europa durante la Segunda Guerra Mundial (1939 - 1945). El monumento, diseñado por el judío Norberto Paker, fue construido en 1956 por los migrantes que llegaron a La Paz desde 1938. Sobre las cornisas del mausoleo se ven plaquetas con los nombres de los familiares de los judíos bolivianos que perecieron en el Holocausto nazi.

 Los alemanes dejan en el centro del mausoleo una corona de flores envuelta con un cintón con los colores de su bandera. Es un símbolo de "arrepentimiento” y un ofrenda de "perdón”. La corona queda delante de una pequeña urna de vidrio, donde se ven dos trozos de piedras. Fueron traídas de dos campos de concentración nazi: Auschwitz y Arbeitsdorf, señala el presidente del Círculo Israelita de Bolivia, Ricardo Udler.

En el mausoleo también se guarda un jabón, "hecho con la piel de los judíos que estuvieron en los campos de concentración”, añade Udler. El objeto no es parte de un acto morboso, sino "el símbolo, la memoria de una atrocidad que no se puede repetir nunca más en el mundo”, añade Udler.

 ENTRE VIVOS Y MUERTOS

 El monumento del Holocausto está construido en la parte superior del beit kabrot (cementerio, en hebreo) y delante de un mirador, desde el que se tiene un panorama completo de las tumbas de los más de mil migrantes judíos enterrados en el lugar desde los años 30 del siglo pasado, cuando comenzaron a llegar a Bolivia.

 El balcón está protegido por una reja. En ella se distinguen el candelabro de siete brazos (menorah), que representa los arbustos en llamas que vio Moisés en el Monte Sinaí, y el símbolo de los cohanim, descendientes de los sacerdotes hebreos, quienes no pueden descender hasta el área de los muertos. Ellos se quedan delante de la reja y observan desde el balcón todos los ritos que suceden abajo. En Bolivia hay varones que vienen de la línea de los cohanim que -según dice la Biblia- son descendientes varones directos de Aarón, hermano de Moisés.

"La mayoría de la comunidad judía en Bolivia pertenece a las tribus de Israel, a los Cohanim y Levi. Los Cohanim no pueden bajar al lugar de entierro, se quedan arriba, así lo dicen las jerarquías. Los de la tribu de Israel y los Levi pueden bajar”, precisa Udler.

 Una escalinata divide el área de los muertos y de los vivos, que se encuentra en la parte superior del cementerio. En medio de las gradas está construida una rampa, cuyo significado es liberar de obstáculos el camino del fallecido hacia la eternidad. Por esas escaleras baja el séquito que acompaña al difundo: los varones se cubren la cabeza con una Kipá, una pequeña gorra ritual, y las mujeres con un pañuelo.

 Hijos detrás de los padres 

 A medida que se va descendiendo por las escalinatas del Cementerio Judío de La Paz, las lápidas altas, de más de un metro de altura, llaman la atención. Están organizadas por grupos, formadas unas tras otras, como protegiéndose, todas con la cabecera apuntando al Muro de los Lamentos, en Jerusalén.

 Benjamín Grossman, miembro de la Comunidad Judía, explica que son las lápidas de familias enteras. Es que la tradición judaica manda que padre y madre deben ser enterrados lado a lado y los hijos detrás de ellos.

 "La familia es muy importante dentro del judaísmo, por eso se quiere traspasar está relación de pertenencia después de la muerte. La expresión ‘reunirse con los antepasados’, que aparece en la Biblia, para las leyes judaicas significa enterrar juntos a los miembros de una familia, no en la misma tumba, sino lado a lado. En nuestras oraciones invocamos siempre al que nos ha engendrado, si es posible al bisabuelo. En la Biblia cuando se menciona a Isaac se dice que es hijo de Abraham”, añade Grossman.

 En el cementerio se ven espacios vacíos detrás de algunas lápidas. "Están reservados para los hijos de los padres que ya están enterrados aquí”, afirma Jorge López, cuidador del campo santo, quien conoce de memoria cada una de las lápidas. Apenas identifica una, con la mirada comienza a recordar a las personas que descansan en la tumba. Conoce muy bien los símbolos judíos y la escritura hebrea de las plaquetas y los descifra. No es para menos, él las elabora.

"Esta es la lápida del señor Mayer, él hizo la óptica Oftalvis”, dice el hombre, nuero de Seferino Sucasaca, el primer cuidador del Cementerio Judío.

 SEÑALES Y SÍMBOLOS 

 En el beit kabrot de Villa San Antonio no toda las tumbas son iguales. Se diferencian por símbolos e incluso por la forma de las lápidas, que cuentan cómo murieron los que descansan en ellas. En el caso de las personas que perdieron la vida por algún accidente, la lápida no está completa, muestra un corte o una rajadura.

"Esta señora falleció en un accidente aéreo, por eso su lápida está así, cortada”, dice el cuidador del campo santo mientras marca con una de sus manos el corte irregular de la lápida construida en mármol blanco.

 "Los que no tuvieron muerte natural, los que fallecieron por un accidente, su lápida presenta alguna parte rota o está cortada, eso significa que su vida se interrumpió y no cumplió su ciclo. Es una señal para Dios y para los hombres”, explica el presidente de la Comunidad Judía boliviana, Ricardo Udler.

Si se trata de una persona que decidió terminar con su vida, ésta es enterrada frente al muro. "Su ascenso hacia la Divinidad será más lento que el que tuvo una muerte natural. La pena de ese espíritu será mayor antes de llegar a Dios, porque todos llegamos a Dios, todos somos perdonados por Dios, unos en menos tiempo que otros”, añade el representante.

 Si bien en todas las tumbas se distingue la Estrella de David, el símbolo más importantes de Israel, en algunas se advierte la imagen de dos manos, cuyos dedos forman un triángulo, es el símbolo de los cohanim enterrados en el cementerio de Villa San Antonio, continúa Udler.

 NIÑOS y sobrevivientes del holocausto 

 De acuerdo a las leyes judaicas, los niños no pueden ser enterrados junto a los adultos. Ellos tienen un lugar aparte donde se depositan sus restos mortales. En el cementerio de La Paz están ubicados al lado izquierdo y en sus lápidas se precisa que son pequeños.

 "Ellos son almas inocentes ante Dios y no están mezclados con los pecadores, por eso se los entierra aparte”, explica Roberto Udler. Las lápidas son pequeñas, hay casi una centena y la gran mayoría corresponde a principio de los años 50 del siglo pasado.

 "Una epidemia de malaria llegó a La Paz y murieron muchos niños, pero hace años que no muere uno solo en la comunidad. El último entierro se dio en los 80”, cuenta el cuidador del cementerio.

 Al igual que las tumbas de los pequeños, las de los sobrevivientes del Holocausto nazi también están señaladas. Éstas llevan plaquetas escritas en hebreo y alemán, el origen de la mayoría de los judíos que llegaron a Bolivia huyendo de la exterminación racial impuesta por el nacionalizmo nazi de Alemania. Al menos 100 de estos sobrevivientes descansan en el campo santo. Algunos llegaron a sobrepasar el siglo de vida en el país, como don Wolf Cuckerman, quien falleció a sus 102 años. 

UNA PIEDRA,UN RECUERDO 

Cuando un vivo llega al campo santo hebreo para visitar la tumba de un familiar o de un amigo, la tradición manda que en vez de depositar flores sobre la lápida, debe dejar una piedra pequeña, que es la muestra del recuerdo que dejó la persona al emprender el camino a la eternidad.

 "El recuerdo que dejan los que se fueron se representa con pequeñas piedras. Cuando se visita a un familiar o un amigo se hace una oración interna y cuando se abandona la tumba se deja una piedra en recuerdo”, explica Benjamin Grossman, miembro de la colectividad judía boliviana.

 Sin embargo, esta costumbre se ha ido diluyendo en los últimos años porque al campo santo hebreo llegan muchas visitas que no responden a la religión judía y llevan flores como muestra de su afecto.

 "Acá están enterrados hombres y mujeres que crearon varias empresas y fábricas, entonces vienen a visitar sus tumbas los que fueron sus empleados y traen flores, por eso ahora se ven flores en casi todas las lápidas”, indica Jorge López, cuidador del cementerio.

 El hombre precisa que en el lugar "descansan, los esposos que instalaron la óptica Oftalvis, la primera generación de los dueños de la panadería Leo Nothman, los fundadores de las fábricas de calzados Bata y de cigarrillos Derby, Korigoma, entre muchas otras”. 

PATRIMONIO DE LA PAZ

 Toda esta historia, su arquitectura y las tradiciones que encierra le han valido al Cementerio Judío, propiedad del Círculo Israelita, para ser declarado Patrimonio Histórico y Cultura de la ciudad de La Paz. El reconocimiento lo hizo la Alcaldía de La Paz a través de la Ley Municipal Autonómica 048, que compromete a la comuna a revalorizar y promocionar este espacio.

 De acuerdo a la exposición de motivos de la mencionada ley, los predios del cementerio, que se encuentran en la zona de Villa San Antonio, fueron comprados en 1938 por los primeros migrantes judíos que llegaron a La Paz. Entre ellos se encontraba Gregorio Kuschner. El terreno contemplaba 262.000 metros, pero ahora apenas cuenta con algo más de 11.000.

 En el libro Medio siglo de vida judía en La Paz, editado por la Aeronáutica de las Fuerzas Armadas de Bolivia, se indica que la construcción de campo santo hebreo fue impulsada por Guitel Najtigal, los esposos Blajwais, Simon Ehrman, Rubén Spodek, Emilio Rotenstreich, Bernardo Nelkenbaum, Yehuda Stopnicki, Moisés Kristal, Arturo Loewenberg y Salo Frischman.

 Cuando la obra fue culminada, a principios de la década de los 40 del siglo pasado, los restos de los migrantes que habían sido enterrados en el Cementerio General de La Paz fueron trasladados a Villa San Antonio en medio de una ceremonia que cumplió con las leyes y los ritos judaicos.

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