Nota de prensa que salio publicada en el periodico Pàgia Siete el día domingo 14 de Julio de 2019 en la sección Ideas en las páginas 8 y 9
Yungas resulta particularmente importante porque es la región donde se refugiaron los insurgentes de La Paz y porque hay información muy novedosa sobre ella.
Rossana Barragán R. Investigadora del Instituto de Historia Social Amsterdam
Más allá de la plaza Murillo…
En general, se asume que el movimiento del 16 de julio se circunscribió a la ciudad de La Paz, con algunos intentos de relación con el área rural. Hoy podemos aseverar que el área rural fue parte de los proyectos de 1809. La propia experiencia de las rebeliones indígenas de los Catari y los Amaru estuvo muy presente en el ambiente de la época y en todos los actores motivando estrategias y medidas que permitieron, explícitamente, la participación e involucramiento de la población indígena.
De hecho, fue el peligro que representaron las insurrecciones y rebeliones del siglo XVIII como el potencial que se desencadenó otra vez, en 1809, lo que ocasionó el temor, el miedo y la gran severidad de los castigos distribuidos a sus implicados.
1809 no constituye además un evento aislado, sino que está vinculado a La Plata y a los acontecimientos de 1810-1811 y de manera particular a abril de 1810, cuando se reunieron en Chuquisaca Juan Manuel Cáceres, el cacique Titichoca, el prebendado de Sucre Andrés Jiménez de León y Manco Kapac y un grupo de cochabambinos (Arze, 1987: 129-133; Soux, 2001).
El proyecto de ruptura política se forjó a lo largo de los años y posiblemente de manera más clara después de la represión a los movimientos en 1810.
De los descabezamientos a los encabezamientos y gobiernos propios
En julio de 1809 se dio el descabezamiento de las más altas autoridades (que en lenguaje contemporáneo podría equipararse a un golpe de Estado): la de la máxima autoridad política o la del gobernador, la de la máxima autoridad religiosa, del obispo, y la de las máximas autoridades de los partidos o provincias, o subdelegados.
En su lugar se establecieron nuevas autoridades conformadas por nuevos subdelegados, protectores y comandantes, que constituyeron una especie de plana mayor que para Pacajes, Omasuyos y Yungas fue una renovación que podría ser considerada como un “reencabezamiento”, utilizando los términos de Thomson, ya que las autoridades cacicales y de las comunidades se encontraban sujetos, como antes, a subdelegados.
La situación parece, sin embargo, mucho más compleja, como en el caso de Yungas, en el que la participación indígena o negra implicó negociaciones y derechos que se demandaron y se ofrecieron.
Organizando movimientos militares de miles de hombres
Yungas resulta particularmente importante porque es la región donde se refugiaron los insurgentes de La Paz y porque hay información muy novedosa sobre ella.
El movimiento se fue desarrollando a partir del traslado, desde La Paz, de un grupo no muy numeroso de personas: el comandante militar, Manuel Victorio García Lanza, el subdelegado Manuel Ortiz, el protector Crispín Diez de Medina, el indio y vocal de la Junta Tuitiva, Catari, además de Sebastián Álvarez de Villaseñor y Julián Peñaranda, que aparece como capitán de la expedición, pero también como amanuense y era, según Aranzaes, un “lengauraz” con el apodo de Wich’inka/Quichinka.
Este grupo salió de La Paz, pasó por Palca y en Yanacachi se enteraron que Irupana se había constituido en el bastión de lucha en contra de los insurgentes encabezados por el obispo, trasladándose luego a Chupe, donde convocaron, para un día domingo, a unos 200 a 300 indios por medio de sus jilacatas.
Todos ellos tejieron estrechas alianzas con la población local, de tal manera que es aquí donde se percibe, mucho más claramente que en el altiplano, un movimiento conjunto y una organización militar que no solo fue una amenaza seria en toda la región, sino que inauguraría un tipo de movimiento y lucha fundamental a partir de entonces.
La magnitud de la movilización tanto en términos geográficos y organizativos como numéricos resulta sorprendente.
Se basó en una red de capitanes, caciques, alcaldes pedáneos, y otros, que representaban los principales pueblos de las comunidades y haciendas de la región, de acuerdo también a su condición. Se tenían así indios y negros de comunidades y haciendas, vecinos de pueblos y mestizos.
Algunas de estas autoridades asumieron rangos militares y existían capitanes y comandantes de indios, lo que rememora la organización que se utilizaría muchos años después en Ayopaya, analizada por Roger Mamani.
Los actores de la época proporcionan algunas evaluaciones que van desde algunos cientos de hombres hasta alrededor 8.000 movilizados. Lo interesante también es conocer con qué incentivos se dio esa movilización. José Lucas de la Fuente afirmó que “se ofrecía públicamente la libertad a los esclavos y que cierta vez se juntaron unos 200 cholos, 3.000 indios y 120 negros y que todos habían llegado para combatir”.
El protector de naturales, Crispín Diez de Medina, que estuvo personalmente involucrado y que luego dio su declaración, desde la prisión, afirmó que Lanza predicó, exhortó y convocó, incluso por escrito, a indios y a españoles de Coroico y Coripata y que “oyó decir” que vinieron 8.000 almas entre negros indios y españoles.
Manuel Sebastián Álvarez de Villaseñor, capitán de milicias de Buenos Aires, afirmó en un momento que no eran más de 2.000. Martín Herrera, capitán comandante del pueblo de Chulumani, recordó que eran alrededor de 4.000.
Juan Antonio Cordero, mestizo ladino, oyó decir que Lanza había ofrecido libertad a los esclavos y que todos, entre españoles, cholos, indios y negros llegaban a 5.000 hombres para ir en contra de Irupana. Julián Peñaranda afirmó, por su parte, que la gente que se reunió en Chulumani ascendía a unos 5.000 para invadir Irupana.
Carátula del Cuaderno 3: Conmoción en La Plata y La Paz. A la derecha, el rotulado de una nota dirigida a Manuel Gemio: “Al Sr. Don Manuel Gemio (que era cacique), Capitán Comandante de Naturales y Negros...”.
Las promesas y la emergencia de un horizonte por qué luchar
La movilización supone, por un lado, un gran conocimiento de la región e implica relaciones con las autoridades de comunidades y haciendas, así como un conocimiento de su organización. Pero también, y es lo que nos interesa destacar aquí, que la gente se movilizaba por diferentes razones, unas como promesas y horizontes de lucha, otras mucho más pragmáticas (salarios o promesas de saqueos).
Algunos testigos afirmaron que Lanza prometía el derecho de igualdad, la construcción de fábricas para que no se necesitaran las de España; que ya no se observaría la legislación porque los pleitos se decidirían verbalmente; que los bienes serían comunes; que se terminaría la pobreza y que todos serían felices; que los naturales se libertarían de sus servicios y pagarían solo cierto tributo y que los esclavos dejarían de serlo.
Otro testigo oyó decir que los “medios de seducción que usaba Lanza y sus secuaces eran ofrecerles la libertad de la esclavitud a dichos negros y la de tributos y obvenciones a los indios y que cuando mucho pagarían por tercio diez reales; que vieron un papel de libertad dado por Lanza al negro Pedro de la hacienda de Chiquero, cuyo mayordomo lo entregó al Sr. Subdelegado”. José María Mena de Chupe, plumario de Lanza, afirmó que se decía que todos serían iguales, que no habría distinciones, que vivirían como hermanos y todos serían ricos.
Julián Peñaranda, uno de los principales líderes, aseveró que Lanza era el que hablaba porque “era diestro en (el) idioma” y decía que quería exonerarlos del tributo, de los derechos parroquiales y de los servicios personales, afirmando “que no los debían porque todos eramos uno”; que a los esclavos les ofreció la libertad asegurando haber nacido tan libres como él y que el color era accidental; que formarían cuatro colegios, dos de hombres y dos de mujeres sin que a los padres les cueste un peso ni el mantenerlos ni el educarlos y que … las mujeres serían premiadas a los 14 años con una dote de 3.000 pesos; que “era tiempo de los naturales, que era tiempo de libertarse de las pensiones de comunidad”.
Sostuvo también que García Lanza decía que no se sabía si el rey estaba muerto o vivo y que si había muerto había que obedecer a una junta formada en Buenos Aires y otra en La Paz, a semejanza de la Junta Central y de Sevilla.
Catari afirmaba lo mismo, aunque con la diferencia de que si el rey estaba muerto había que coronar a un rey descendiente de los indios Ingas del Perú, o en caso contrario se sujetarían a la Junta de La Paz que hacia vez de rey.
Catari tenía una figura catalizadora como rey Inca. Un testigo declaró que Crispín Diez de Medina había nombrado a Catari como vocal de la junta llevando el título de Usía y dándosele el “apelativo” de “Incacollo Catari” y que lo hacían reconocer a los indios “asegurándoles que era su mayor …”.
En Chulumani, cuando se dio un banquete y convite general para todo el pueblo, se dice que “coronó” con “sarao en la noche en casa del consabido subdelegado falso, Manuel Ortiz, sentándolo al indio en medio de los asientos del cura de Chulumani y el suyo en la cabecera”.
José Sánchez, soldado veterano de la ciudad de La Paz, y que fue a Chirca junto a otros 12 soldados y el Inca Catari, afirmó que Lanza convocaba a la gente “trayendo a dicho indio Catari como escudo para la seducción”, haciendo conocer a todos los naturales “que es a este indio a quien debían obedecer; y que su Ilustrísima, el Alguacil Mariano Urdininea y el comandante provisional Joaquín Revuelta “y los demás criollos …eran traidores al Sr. D. Fernando 7”.
Todo este ambiente de esperanzas de cambio y de simbolismo se combinaba con retribuciones muy concretas, como el pago de salarios que recibían las autoridades recientemente nombradas, pero también el pago a los movilizados.
Lanza ordenó que los mayordomos de las haciendas “remitieran” a los negros, pero que se les diera el pre de dos reales día; se echaba también mano de los ganados de las haciendas para alimentar a la tropa, se realizaban empréstitos e incluso se pedía contribuciones a los pasajeros de coca que venían con carneros de la tierra.
Los recursos de “los enemigos” constituían otro de los medios utilizados para solventar a las tropas. El plumario de Manuel Victorio García Lanza relató que cuando el cura Larrea y su hermano fueron apresados, llevaron todo el ganado vacuno de la hacienda de Suqui. Uno de los vecinos declaró haber “oído decir” al cuñado del indio Catari, el presbítero Manuel Mamani, “que (éste) les ofreció el saqueo y …que pretendían tomar todas las fincas del partido de Yungas para facilitar a los insurgentes el paso a estos lugares”.
Las acciones de los hombres del 16 de julio suscitaron también iniciativas propias de determinados actores y no siempre se dio una subordinación.
El subdelegado Ortiz se quejó, el 1 de septiembre, de que el alcalde ordinario de Irupana hizo caso omiso de la orden de alistamiento de gente que se había ordenado pero que, además, “el zambo Bartolomé Apaza, individuo de la comunidad de Yrupana”, andaba haciendo juntas, es decir reuniones, aconsejando a los naturales “de que era tiempo se exonerasen de todas las obligaciones a que están reatadas sus sayañas y aun de la contribución real”.
Ortiz ordenó que el cacique de sangre de aquel pueblo, Rafael Peñaranda, lo remitiera preso y lo hizo, pero el alcalde ordinario lo soltó reuniendo además, a todos los vecinos del pueblo en contra de Ortiz.
Aunque la movilización se hizo en gran parte de acuerdo a las divisiones sociales y étnicas, el movimiento liderado por Lanza abrió posibilidades de cambios, algunos muy reales y concretos y otros más “abstractos” que fueron constituyendo un horizonte político que posiblemente no era plenamente compartido por todos. Esto supone relaciones, negociaciones, imposiciones y concesiones entre los diferentes actores involucrados.
Es decir que los líderes seguramente “prometieron” ciertos derechos y/o situaciones concretas que se obtendrían, pero fueron también “presionados” por los diferentes grupos involucrados en función de sus propias demandas e intereses.
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