Nota de prensa que salio publicada en el periodico Página Siete el día domingo 20 de Diciembre de 2020
En la Navidad de antaño, los niños paceños se organizaban en sus barrios para formar el villancico más cotizado de la ciudad; si eso no se definía adorando al Niño Jesús en las casas de los vecinos, se lo resolvía en la calle, a puño limpio y a pedradas.
Ivone Juárez / La Paz
Todo comenzaba a inicios de diciembre. Había que recolectar la mayor cantidad de tapas de gaseosas posibles, juntarlas y llevarlas hasta las rieles del tren, acomodarlas sobre ellas para que cuando la máquina pasara con sus vagones las dejará bien planas. Luego, con un clavo, hacerles un hueco al medio y por ahí ensartar un pedazo de alambre, el que se tenía que amarrar por las puntas... y ¡listo! El chullu - chullu, esa especie de sonajera bulliciosa por el choque de las tapacaronas planas estaba listo.
Un grupo de villancicos del siglo pasado. Los niños disfrazados.
Otros improvisaban tambores con latas de leche y los que tenían quenas o pinquillos las buscaban de donde sea... El que tocaba la armónica era el líder natural del grupo, porque además, generalmente, era el más grande, comenzaba a afinar las notas de las canciones que interpretarían desde el 24 de diciembre para adorar al Niño Manuelito. Un disfraz no estaba demás.
Y llegaba la Nochebuena. Todos a la calle, entre ellos Jaime. Vivía en la calle Colombia, esquina México, y pertenecía al grupo de los chicos de San Pedro, o los carpinchos, como les decían (tiene 74 años y hasta ahora no entiende por qué los llamaban así). Por el Prado, Sopocachi y la Arce bajaban tocando las puertas, preguntando si podían ingresar a “rezar para el Niño”.
“Aceptaban. Habían casas donde se armaban nacimientos enormes, muy lindos. Entrábamos y cantábamos las canciones para el Niño; en pago nos daban dulces, galletas y a veces hasta un chocolate”, recuerda Jaime.
Afuera pululaban otros villancicos, eran los chicos de la Riosinho o de la Chijini. También se habían preparado durante semanas, ensayado canciones, como Niño Manuelito, y el baile que interpretarían a los pies del Niño Dios, para así ganarse, además de dulces y galletas, algunos centavos, que después se repartirían entre ellos. El de la armónica era el que recibía el dinero y hacía la distribución de las “ganancias”.
“Teníamos un jefe que cobraba y nos repartía al día siguiente lo que ganábamos, era un amigo de nosotros”, cuenta Narciso Quispe. Él era de los villancicos de Chijini.
“Dábamos vueltas por El Prado, la plaza Murillo, por todas partes. Amanecíamos adorando al Niño, yendo casa por casa”, añade.
Una niña reza para el Niño Manuelito.
Y para ganarse los dulces, las galletas y las propinas había que demostrar que se era el mejor, por eso los villancicos de cada barrio se esmeraban en hacer la mejor representación, con los mejores disfraces y la mejor música, y siendo los más alegres, para que la gente los valorara y les dejara entrar a sus casas para adorar a su Niño en el pesebre.
Era una especie de guerra de talento, que en la calle ya no era suficiente y muchas veces terminaba definiéndose a golpes. “Había que demostrar quién era el mejor, nos desafíabamos, pero había un momento en que hasta nos insultábamos, incluso cuando estábamos cantando y bailando para adorar al Niño”, cuenta Narciso. Se emociona disfrutando aún su travesura.
“Era un reto entre zonas, había qué demostrar qué zona tenía el mejor villancico, y San Pedro siempre ganaba”, afirma Jaime con un dejo de satisfacción. Han pasado más de 65 años y en estos días cercanos a la Navidad recuerda claramente esos tiempos de su niñez.
Un nacimiento con el Niñito al medio.
Pero muchas veces el desafío acababa en una golpiza y una apedreada que el grupo ganador propinaba al perdedor, desatándose así las pedradas entre barrios, que se registran en las crónicas de La Paz escritas entre los años 30 y 40 del siglo pasado.
El historiador Carlos Gerl cuenta que quienes iniciaban las golpeaduras y las definían eran los jefes de los villancicos, quienes generalmente tocaban la armónica.
“Cada villancico tenía su jefe o caporal, y cuando se daba el reto entre las zonas, al finalizar la adoración, estos jefes o caporales, que eran mayores que el resto de los villancicos, se agarraban a puñetes. Y cuando el grupo perdedor se retiraba, el grupo ganador le lanzaba piedras, era una costumbre. De esa manera se armaban las famosas pedradas entre los barrios”, cuenta.
A tal extremo llegaban estas peleas y pedradas que las autoridades de la ciudad tuvieron que asumir medidas. “Por los contusos y malheridos se decide terminar con las rivalidades entre barrios”, dice Gerl.
Chiquillos traviesos
Pero no todos recuerdan así a los villancicos de las zonas más tradicionales de La Paz del siglo pasado. En el blog Historias de Bolivia, La Navidad paceña de antaño, Ana Mejía cuenta que estos villancicos “eran chiquillos traviesos, que agitaban sus chullu-chullus y cantaban villancicos”.
“Otros tenían zampoñas y otros unos bombitos improvisados. Todos nos poníamos a cantar y bailar los villancicos, después mi abuela empezaba a repartir lo que habíamos preparado todo el día”, dice la mujer.
La abuela de Ana preparaba un api bicolor que acompañaba con deliciosos buñuelos que Ana ayudaba a elaborar antes de que su abuelo, ya en la noche del 24 de diciembre, abriera las puertas de la casa para recibir a los villancicos.
Hilda Claros de Cordero con sus hijos Julio y Juan Carlos frente al pesebre 1960, aproximadamente.
Foto Cordero
“Cuando se ocultaba el sol, mi abuelo abría la puerta principal y en el patio había muchas velas, poco a poco llegaban los grupos de niños con ponchos y lluchus”, cuenta.
Y en el patio sólo había el nacimiento del Niño Jesús, porque en esos tiempos la tradición en la ciudad de La Paz no incluía el árbol de Navidad ni a Papá Noel. Ninoska Cordero, hija del reconocido fotógrafo Julio Cordero, cuenta que su mamá, Hilda Claros, contaba que los niños tenían que bailar y cantar a los pies del Niño para recibir su regalo por la Navidad.
“No había Papa Noél, era el Niño el que daba los regalos y para recibir uno había que cantar y bailar para él, que estaba en el pesebre”, dice Ninoska.
Pero no todos los niños que adoraban a Jesús en su pesebre recibían regalos, entre los villancicos que la noche del 24 de diciembre salían en grupo a recorrer toda la ciudad, habían niños muy necesitados, que todo lo que lograban de ganancia lo daban a su familia. “Esa platita yo le daba a mi mamá, para nosotros no había Navidad porque era mucha pobreza”, dice Narciso Quispe.
Jaime tampoco recibía un regalo. “Los juguetes eran muy caros, ni pensar en uno; tal vez con mucha suerte un par de calzados, que eran para todo el año, para ir al colegio”, dice.
Sin embargo, nada de esto afectaba su entusiasmo para prepararse desde los primeros días de diciembre, ser el mejor villancico de La Paz y así poner en alto el nombre del barrio.
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