Esta nota periodistica fue tomada del sitio web bolivia.comy fue publicada en 2 de Abril de 2003
Tani, La dama del chullpar (La Paz - La Razón)
A 65 kilometros de La Paz yace una momia entre los restos de 40 individuos que se hallan en una torre funeraria de Tiraska.
Está entre los 20 y 27 años y ya tiene el cráneo deformado. Tani yace acurrucada como un feto en lo que queda de paja de su fardo funerario. No pertenecía a cualquier familia, pues la deformación craneana hacia atrás habla de una cuna de alcurnia. Nadie sabe su verdadero nombre. En los papeles sólo figura como el individuo número ocho. Sin duda, el ser la única momia que se conserva articulada —entre los restos de 36 a 44 personas— la hace especial en las ruinas de Taramaya, ubicadas a 65 kilómetros de la ciudad de La Paz.
Fue encontrada con la mano doblada sobre el rostro y tendida muy cerca de Pata Patani, un pequeño poblado en la provincia paceña Los Andes, cuyos actuales habitantes son afables, aunque, como buenos aimaras, muy desconfiados.
Para llegar hasta el lugar, primero se debe ir a la población de Batallas, una de las más extensas del altiplano norte y en la que conviven las comunidades con el patrimonio arqueológico de Quewaya, Tiraska y Pata Patani. Rumbo al oeste, se sigue por un camino tortuoso.
El progreso tocó las puertas de este municipio. Varias poblaciones ya cuentan con telefonía y energía eléctrica. Cuando empezó el proyecto arqueológico en la región de Quewaya hace cuatro años, las noches se acompañaban con velas, no menos tenues que el foquito de 20 watts que brillaba gracias a un panel solar. Hoy, Quewaya tiene luz; aunque aún le falta agua potable.
También el asfalto está estirándose y en breve llegará hasta Puerto Pérez, cabeza del municipio.
No menos optimistas se muestran los llamados tiraskeños, a quienes se les informó que este año llegará el asfalto hasta su isla, Tiraska. Ojalá ello les devolviera a sus hijos, que hace mucho han iniciado un masivo éxodo hacia las ciudades.
Las torres de Taramaya
Pata Patani resguarda el sitio arqueológico de Taramaya. Un cúmulo de estructuras de piedra, Presione aquí que en su mayoría aparentan sólo montículos de piedra, rodea al visitante. Otrora eran viviendas y tumbas en forma de torres, por lo que se las denomina torres funerarias en la literatura arqueológica; aunque el grueso de la población altiplánica las conoce como chullpas. Aún no está claro el significado de esta última palabra. Parece que servía para designar a alguien extremadamente flaco y huesudo, con el aspecto actual de las momias altiplánicas que presentan una pronunciada desecación. Son piel y hueso, literalmente. En la jerga arqueológica, chullpa sirve para denominar a la momia y algunas veces a las torres funerarias; sin embargo, para ellas se suele usar más la palabra chullpar.
Dos de estas torres, a pesar de haber sido waqueadas, aún se yerguen altivas: una presenta graves destrozos en sus paramentos mientras la otra tiene una pronunciada inclinación hacia el oeste, haciendo peligrar su estabilidad. Quizá algún movimiento tectónico le dio su actual configuración de Torre de Pisa a la boliviana o, tal vez, cansada ya de tan secular existencia y con el sufrimiento que produce el olvido, se dispone a terminarla echándose a descansar en el suelo, como el resto de las estructuras escarbadas por waqueadores, hasta dejar sólo un armazón de tierra, destruyendo así el legado que dejaron estos pueblos.
Vistas desde el sur, esas torres tienen como fondo escénico al lago Titicaca que, desde el pasado, se constituyó para los pobladores en uno de los principales recursos económicos. Si el visitante pregunta sobre sus medios de subsistencia principales, quewayeños, tiraskeños y patapateños responderán que se dedican un poco a la agricultura y la crianza de animales domésticos, pero que, ante todo, son primero pescadores.
Pocas veces se ve un espectáculo más bello en el lago que el de los veleros a lo lejos en plena labor. Antes, todos tenían velas blancas fabricadas con saquillos de azúcar o harina. Pero la globalización, que de una u otra manera ya se inmiscuyó en sus vidas, les proporcionó materiales más livianos, impermeables y duraderos, con la posibilidad de escoger el color que más les agrade. Ahora el lago se pinta con triángulos de diversos colores, desplegándose Presione aquí en toda la inmensidad.
El lago no sólo provee peces, muchos en camino de extinción. Existen otras especies zoológicas y botánicas que brindan a los pobladores su valiosa ayuda. Una de ellas es la totora, planta acuática que en la región es muy apreciada, pues sirve de forraje para sus animales vacunos, para el techado de viviendas y la construcción de balsas. Hace años, ésta era una de las más importantes áreas en la fabricación de embarcaciones de totora; sin embargo, los botes de madera fueron ganando espacio y hoy sólo se fabrican con fines turísticos o científicos. Entre los totorales anidan el celeste, el negro, el rojo y el albo de aves como la pana y la choka, cuyas carnes y huevos son parte importante del menú lacustre.
El proyecto Chullpa Pacha
En 1998 se inició el proyecto arqueológico Chullpa Pacha, que significa el tiempo y espacio de las chullpas. La atención de éste, bajo la dirección de los arqueólogos Jédu Sagárnaga y Risto Kesseli, se centraría en las ruinas de Quewaya, bautizada por los operadores turísticos como Kala Uta, por las cientas de estructuras de piedra dispuestas en un kilómetro cuadrado y que, pese a su evidente destrucción, son la atracción para muchos visitantes extranjeros.
Tras un registro pormenorizado de todas las estructuras que pueblan Quewaya, aproximadamente unas 50 tumbas, se determinaron algunos puntos para efectuar los pozos de sondeo. Los resultados no se hicieron esperar y se logró encontrar las evidencias arqueológicas que señalaban la ocupación de algún señorío aimara post tiwanakota en el área y, sobre todo, quedaba clara la presencia de los incas, quienes tal vez habrían construido la ciudadela hacia el año 1450 de nuestra era, hasta que por 1533 llegaron los españoles para ser los nuevos amos de la región.
Las labores arqueológicas no terminaron allí. Una gran parte del área, extremadamente deteriorada y cubierta en gran medida por escombros, fue restaurada usando mano de obra local, que trabajó bajo la dirección del arquitecto del equipo. Una gran cantidad de artefactos y restos de esqueletos humanos fueron recuperados de las excavaciones, lo cual alentó la creación, siempre junto a los comunarios, de un pequeño museo que desde entonces alberga a estas riquezas.
Sin dejar Quewaya, el proyecto se dirigió a Tiraska, donde se produjo el valioso hallazgo de un cementerio mucho más antiguo que el anterior. Sus materiales lo afiliaban a la época clásica y expansiva de Tiwanaku, es decir, entre los años 600 y 1150 de nuestra era.
Se recuperaron artefactos como las vasijas, los kerus y las piedras trabajadas, que tienen gran valor científico y estético. Algunas piezas quedaron en el museo de Quewaya durante la primera temporada, pero las recuperadas en las temporadas posteriores pasaron a la custodia de los propios tiraskeños, que tienen un profundo sentido de pertenencia que los mantiene ligados a sus antepasados tiwanakotas, reconociendo que todos los objetos que salen a la luz son su patrimonio y fortalecen su identidad cultural.
¿Quiénes poblaban Taramaya?
Al parecer, en toda la región existían pequeños asentamientos humanos caracterizados por la construcción de pequeñas viviendas de piedra con bóveda falsa o de avance. Allí moraban, subsistiendo de la agricultura, la pesca y la crianza de animales, tal como lo hacen hoy. Al morir, los familiares introducían a sus muertos en torres funerarias erigidas casi contiguas a sus propias casas. Es más, sus propias tierras de labranza en la planicie se ubicaban dentro del sector habitacional, conformándose una síntesis entre la vida y la muerte. Esta disposición parece reflejar el propio pensamiento andino precolombino, cuya cosmovisión es más bien holística, es decir, con un profundo sentido de la totalidad.
Allí dirigieron sus pasos los miembros del equipo de investigadores en agosto de 2002. Entre las múltiples interrogantes que se presentaban estaba la referida a las prácticas funerarias, donde Tani, la única sobreviviente del saqueo a la cámara inferior de una torre en Taramaya, espera un análisis completo que le realizarán en la ciudad de La Paz, luego del osteológico practicado en ella y en los restos óseos que yacen en 40 bolsas. Mientras, junto a los restos de un niño y un cráneo articulado guardado en la caja de un teléfono, reposará en el paisaje lacustre bajo el letargo milenario que conservó sus huesos.
Tani, la sacerdotisa de las chullpas
En posición fetal, así descubrieron un grupo de arqueólogos bolivianos y finlandeses en 2003 la momia Tani de más de 500 años, cuyo nombre fue puesto por los pobladores de Pata Patani.
“Era una mujer de entre 35 y 40 años, de clase alta, y se presume que muy hermosa, fue enterrada en posición fetal, porque los ancestros decían que iba a resucitar en la otra vida. Su chullpa está más arriba en Taramaya. Su nombre se debe a Patani, por eso le pusimos Tani, parece que era una sacerdotisa”, comentó Emilio Machaca, uno de los guías comunitarios de esta población, colindante con el lago menor del Titicaca.
Según documentos que relatan sobre su hallazgo, esta momia tuvo gran impacto, pues además de los más de 500 años de mantenerse enterrada en una de las chullpas (tumbas) del lugar, conocido como la Taramaya, donde los incas enterraban a sus muertos, descubrirla mueve el interés de comunidades internacionales y de asociaciones nacionales para mantenerla intacta y seguir encontrando datos que den cuenta sobre las culturas tiwanacota e inca que que dejaron restos de su hábitat en la zona.
La momia se encuentra en una salita que simula ser la chullpa donde fue encontrada, la acompañan restos de su vestimenta, un bolsón, un par de sandalías, peinetas, monedas y objetos que utilizaba para alimentarse. Los cuidantes del museo piden no sacar fotos con flash, para no dañar la reliquia. http://www.lostiempos.com/
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