Nota de prensa que salio publicado en el periodico Página Siete el día domingo 11 de Julio de 2021 en la sección gente y lugares en las páginas 20 y 21
En 2008, Carlos Gerl, descendiente de Murillo, y Randy Chávez lograron poner en urnas los restos mortales de los protomártires del Grito Libertario de La Paz. Mitos y leyendas se escribieron sobre el destino de éstos, desaparecidos en 1810. En 1939 comenzaron a ser hallados en templos católicos.
Ivone Juárez / La Paz
En septiembre de 2008, una reducida comisión, encabezada por el padre franciscano Carmelo Galdos, ingresó a las catacumbas del templo de San Francisco, uno de los primeros que tuvo la ciudad de La Paz, fundada en 1548. La comitiva llegó hasta la Cripta de los Héroes, llevando consigo una gran misión: depositar en urnas los restos mortales de siete de los nueve hombres que lideraron la Revolución del 16 de Julio de 1809, el Grito Libertario de los paceños contra la Colonia española.
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La urna de Pedro Domingo Murillo desde 1940.
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Los despojos de los héroes, que fueron apresados, maldecidos hasta su séptima generación y muertos en la horca, en 1810, habían permanecido en esa cripta, dentro un arconte de madera, desde 1940, a modo de santa sepultura, después de haber sido hallados enterrados en diferentes templos de la ciudad, desde 1939. Habían sido sepultados ahí en secreto por religiosos rebeldes, como ellos.
Dos franciscanos, custodios de los restos de los héroes, caminan en el interior de San Francisco.
Foto:Víctor Gutiérrez / Página Siete
En la cripta, en una hermosa urna de bronce en la que se forjó una tea, el símbolo de la Revolución de 1809, también se encontraban los restos de Pedro Domingo Murillo, líder del levantamiento. Pero estaban incompletos. Faltaba la cabeza del rebelde más grande que tuvo La Paz; los españoles se la habían cercenado después de ahorcarlo ese 29 de enero de 1810, en la plaza que hoy lleva su nombre. Desde ese día nadie supo del paradero de su cuerpo sin vida, por eso los paceños se consolaron con mitos y leyendas sobre el fin de su patriota. En la cripta también se encontraba una segunda urna, ésta contenía los restos de Juan Bautista Sagárnaga, otro revolucionario muerto en 1810.
Dos franciscanos, custodios de los restos de los héroes, caminan en el interior de San Francisco.
Foto:Víctor Gutiérrez / Página Siete
En la comisión que llegó a la cripta de San Francisco se encontraban los historiadores Carlos Gerl y Randy Chávez, jóvenes funcionarios de la Alcaldía de La Paz, que durante dos años habían investigado para confirmar el paradero de los restos mortales de los protomártires de 1809, revisando documentos de casi 200 años y recorriendo a pie todas las calles, templos y otros lugares de La Paz donde se hallaban pistas de la ubicación de los cuerpos. De esa forma habían confirmado que se encontraban en San Francisco desde 1940, igual que la cabeza de Murillo; ésta posiblemente desde 1810.
Ese día de septiembre de 2008, Carlos Gerl, que es descendiente de Pedro Domingo Murillo, se encargó que después de 198 años, los restos de su antepasado estuvieran completos. Depositó la cabeza del protomártir dentro de la urna, donde, en 1940, se guardaron los restos encontrados en 1938, en el altar del templo de San Juan de Dios, junto al cuerpo de Sagárnaga.
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Foto:Centro Cultural Museo San Francisco
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“Al abrir la urna de bronce donde estaban los restos de Murillo vimos que aún quedaba una cuerda hecha de cuero de buey; no tenemos la certeza de si fue con la que lo ahorcaron o amarraron; también había pedazos de tela envejecida. Pusimos la cabeza en la urna y la volvimos a cerrar, cuidando que el sobre lacrado que iba encima, con una nota escrita en 1940, se mantuvieran exactamente en el lugar donde los dejaron”, relata Gerl.
“Fue muy emocionante pensar que por fin este gran hombre que dio todo, hasta su vida por la libertad, descansaría en paz; tuve que guardarme las lágrimas”, añade el descendiente del héroe paceño.
Siete revolucionarios
Después de ese acto de justicia y honor con el héroe más grande de los paceños, la comitiva se dirigió al arconte de madera maciza donde se encontraban los restos de los otros protomártires de 1809, que estaban ahí también desde 1940. El historiador Randy Chávez relata lo ocurrido: “Cuando abrimos el arconte labrado en madera en la época de la Colonia encontramos ataúdes pequeños, donde estaban los restos envueltos en papel madera, identificados con números. Ubicamos los restos que pudimos identificar y tuvimos certeza en las urnas de bronce que tenían los nombres grabados de cada uno de ellos”.
La glorificación de los restos de Murillo y Sagárnaga en 1940.
Carlos Gerl explica que por falta de una guía que existiría desde 1940 sólo se pudo identificar los cuerpos de los hermanos Gregorio y Manuel Lanza, de Apolinar Jaén, de Buenaventura Bueno y Basilio Catacora. “Los restos de los otros cuerpos de los protomártires permanecen en el templo. Con la guía se puede respaldar que se trata de sus cuerpos”, remarca.
Chávez aclara que la misión se realizó en presencia del franciscano Carmelo Galdos, de un notario de fe pública, de dos sepultureros y de la arqueóloga Karina Arandia, “en medio de una gran reserva, discreción y solemnidad”.
Así se logró, de alguna manera, rendir homenaje a los héroes de 1809, 198 años después de su hazaña por la libertad de los paceños, lo que les costó la vida. Al poner sus restos en urnas elaboradas exclusivamente fue como reunirlos, tal vez como en esos años cuando ellos se encontraban en lugares secretos para planificar cómo liberarían a La Paz del yugo español.
Un año después, el 16 de julio de 2009, cuando se celebró el Bicentenario de Grito Libertario de 1809, las urnas con los restos de estos hombres valerosos fueron sacadas por primera vez del templo de San Francisco para ser llevadas en procesión junto a las de Pedro Domingo Murillo y Sagárnaga.
Más de un siglo después
El día 29 de enero de 1810 acababa de empezar en Nuestra Señora de La Paz, que amaneció rodeada por el ejército realista. Todo estaba preparado para la mayor muestra de escarmiento que darían los españoles a los rebeldes en la plaza mayor, frente al Loreto: el ahorcamiento de los nueve responsables del levantamiento del 16 de julio de 1809. El primero en ser ejecutado fue el líder, Pedro Domingo Murillo. Lo subieron al cadalso a las 8:30, lo ahorcaron y, por si no fuera suficiente, le cortaron la cabeza. Siguieron Juan Antonio Figueroa, Basilio Catacora, Buenaventura Bueno, Melchor Jiménez, Mariano Graneros, Apolinar Jaén, Gregorio García Lanza y Juan Bautista Sagárnaga, quienes fueron condenado a morir al garrote. A Sagárnaga, que era militar, lo degradaron antes de acabar con su vida: era un traidor.
Cuadro que representa la ejecución de Pedro Domingo Murillo en enero de 1810.
Las autoridades españolas ordenaron que los cuerpos no fueran retirados de la plaza, que permanecieran ahí todo el día, como ejemplo para el resto. Además, sobre los nueve condenados se lanzó una anatema (maldición) que, entre otros, impedía su entierro en un campo santo. Pero, al final de la tarde, un grupo de religiosos se dieron a la tarea de sacar los cadáveres de la plaza y llevarlos no se supo a dónde. Hasta 129 años después, 1939, cuando, en medio de las refacciones que se realizaban en el altar del templo de San Juan de Dios, se encontraron dos cadáveres, uno sin cabeza y el otro acompañado de un pedazo de la vaina de una espada. Las versiones de la tradición oral indicaban que se trataba de los restos mortales de Pedro Domingo Murillo y de Juan Sagárnaga; el resto de la espada era la señal de que el militar “traidor” había sido degradado.
Anoticiadas, las autoridades de entonces convocaron inmediatamente a expertos y formaron dos comisiones, una de historia y otra médica; ésta exhumó los despojos y confirmó que pertenecían a Murillo y a Sagárnaga, lo que despertó el júbilo de los paceños y bolivianos, señalan los investigadores Carlos Gerl y Randy Chávez.
Entonces se formó un comité de homenaje a la memoria de los protomártires y a través del decreto del 12 de enero de 1940 se organizó la glorificación de los restos, que fueron colocados en urnas de bronce, el de Murillo sin cabeza. El presidente de entonces, Carlos Quintanilla, declaró feriado nacional el 29 de enero, día en que se llevaron a cabo los actos del “suplicio de glorificación”. La ciudad explotó en júbilo y actos en honor a sus héroes más grandes.
“Se mandó a hacer dos urnas hermosas en bronce y ahí se depositaron los restos de los protomártires, el de Murillo sin su cabeza, y fueron enviados el templo de San Francisco, a la Cripta de los Héroes”, precisa Randy Chávez.
En la década de los años 60 fueron hallados los restos de Gregorio García Lanza, Apolinar Jaén y Buenaventura Bueno. Los de García Lanza y Jaén se encontraban enterrados en el templo de San Francisco desde 1810, a un costado del altar de San Antonio de Padua. En 1964 se hizo una exhumación secreta que confirmó que se trataba de los restos de estos patriotas. “Los restos de Basilio Catacora fueron hallados en una pequeña urna de cerámica y fueron exhumados por iniciativa de sus descendientes, quienes trajeron la urna desde la iglesia de La Merced para unirlas a las de Murillo y Sagárnaga”, explica Chávez.
Y este 16 de julio, cuando en medio de la pandemia se conmemorarán 212 años de la hazaña de estos hombres extraordinarios, los paceños esperarán ver una vez más las urnas con sus restos, recorriendo las calles de la ciudad y renovando su indomable civismo, para que después sean regresados a su lugar de descanso eterno, protegidos por los antiguos muros del templo de San Francisco y la celosa custodia de los franciscanos.