Para los lugareños se trata del cóndor jipiña (posada del cóndor), cuya fabulosa leyenda cuenta la historia de un viejo cacique, que vivía feliz con sus dos hijos: un varón y una mujer, hasta el día en que en esas campiñas apareció un forastero llegado de tierras lejanas.
Foto periodico Página Siete |
Años después, la hija del cacique se enamoró del mancebo elegido por su ayllu, con quien, a modo de pasear y charlar a solas, recorrían por los cerros, sin dejar de contemplar las quebradas que se perdían más allá de sus pies, hasta que un día, mientras estaban sentados sobre una piedra, tomándose de las manos bajo el manto azulino del cielo, la pareja advirtió que un cóndor los acechaba desde las alturas; una visión que se repitió todas la veces que salían a disfrutar del aire fresco y la fragancia de las flores del puya, la planta endémica de la provincia de Pacajes.
La hija del cacique se sentía atemorizada por la extraña presencia del ave de plumaje negro y pico ganchudo. De modo que su pretendiente, al verla asustada y temblando como una hoja al viento, le lanzó al animal una piedra con su honda, provocándole una herida mortal. El cóndor intentó remontar vuelo, pero se precipitó, a cierta distancia, transformado en una roca.
En la actualidad, esta figura lítica, que tiene una altura entre seis y ocho metros y un peso entre tres y cuatro toneladas, está considerado como uno de los patrimonios naturales, culturales y turísticos de Corocoro, ya que, según refiere la leyenda, se trata de una roca que es la representación del mismísimo Kuntur Mallku o el joven forastero petrificado, el único ser humano capaz de transformarse en un imponente cóndor de alas plegadas y cabeza erguida.
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