Este reportaje aparecio publicada en la revista Miradas del periodico pagina Siete en las páginas 22, 23 y 24
Los españoles establecieron en Saillamilla, hoy zona Sur, la industria de telares más próspera de la época de la Colonia, los obrajes, cuyos excelentes géneros eran demandados desde Cusco hasta Tucumán.
Ivone Juárez Zeballos
Desde su llegada a Chuquiago (1548), los españoles vieron en la zona Sur, conocida entonces como Saillamilla (río de Sailla), un lugar ideal para el desarrollo económico de la naciente Nuestra Señora de La Paz. A una legua de distancia de la ciudad, el lugar atraía por su hermosa vegetación y las bondades de su clima.
En el libro Obrajes Patrimonial, elaborado por los historiadores Randy Chávez y Carlos Gerl, bajo la dirección de la Alcaldía de La Paz, se encuentra una descripción de lo que entonces era el lugar, que había sido declarado propiedad de la Corona española: "Saillamilla (que quiere decir "río de Sailla”), denominado así por los incaicos kollas o aymaras, (…) se encontraba situado en una cañada, cubierta de árboles, arbustos y matorrales, con ligera planicie sobre el margen izquierdo al río Choqueyapu, y contenía un manantial de aguas termales”.
Apenas se asentaron, los conquistadores comenzaron a explotar en el valle de Saillamilla el cultivo de alimentos a través del trabajo de los indígenas del lugar. Bajo el sistema de las "parroquias de indias”, se cultivaban trigo y otros alimentos, según el documento de la Historia de la iglesia del Señor de la Exaltación de Obrajes.
Pero la tierra fértil y benigna de Saillamilla no fue vista sólo como el granero de la Colonia, sino como el lugar donde podía desarrollarse una industria vital para los conquistadores, los telares, materia prima fundamental para satisfacer otra de sus necesidades: la vestimenta.
Es que a los años de haberse establecido en Chuquiago, los conquistadores estaban convencidos de que los tejidos de los indígenas no eran los indicados para la confección de sus ropajes de usanza europea. Entonces, dos españoles, Juan de Rivas y Hernando Chirinos, vieron que Saillamilla era el lugar ideal para establecer el primer obrajes (telar) de la Colonia.
Inmediatamente, Chirinos y De Rivas solicitaron al Cabildo de la ciudad una autorización para establecer su iniciativa en el hermoso valle. De acuerdo con información de la época, había llegado entonces un "maestro a tejer paños”, lo que hacía ideal el momento para instalar los obrajes.
Convencidas de la importancia y utilidad de contar con esos telares, las autoridades del Cabildo extendieron la licencia correspondiente, que figura en las actas capitulares de la ciudad de La Paz de 1548 a 1554, recopiladas, descifradas y anotadas por el eclesiástico salesiano Gabriel Feyles, de acuerdo con el libro Obrajes Patrimonial.
La licencia contenía el siguiente argumento: "y luego incontinente apareció Hernando Chirinos presente en el dicho Cabildo vecino de esta ciudad y presentó una petición firmada del susodicho y de Juan de Rivas, alcalde ordinario que está presente diciendo cuanto convendría fundar Obrajes por la gran falta que había de paños y tejidos para vestirse la gente común y de herruelo de esta ciudad y la utilidad que se seguiría a esta república y sus convecinos de que se fundasen obras y obrajes y que tenía elegido sitio muy apropiado para su fundación que era en una tierras vacas de su magestad llamada Saillamilla (…)hubimos por bien darles la dicha licencia como por la presente se la damos en virtud de los privilegios y la facultad que ha concedido su majestad el emperador don Carlos nuestro señor a este cabildo…”.
Los Compradores llegaban desde cusco
Con la licencia obtenida y la ayuda de los indígenas mitayos de Saillamilla, Chirinos y De Rivas iniciaron la instalación de los obrajes, que se convirtieron en la primera y, por mucho tiempo, la única fábrica textil que había a lo largo del Cusco y Tucumán. Era tan vital su producción que los compradores de los géneros que producía venían desde Chuquisaca, Guamanga, Tucumán, Cusco y otros lugares que formaban parte de la Corona española.
Al principio la calidad de los tejidos no era la que acostumbraban los españoles, pero con el tiempo fue mejorando al punto de que llegaron a ser demandados incluso por órdenes religiosas para la confección de hábitos y otros trajes de autoridades eclesiales.
A la par, las ganancias eran tales que permitían el pago de capellanías (misas por la salvación del alma), de censos y rentas eclesiásticas a órdenes religiosas como la de San Francisco, La Merced, Santo Domingo y del Colegio de la Compañía de Jesús.
Ante ese panorama tan exitoso, en 1577, el virrey Francisco Toledo reglamentó el funcionamiento de esos telares y, al mismo tiempo, prohibió el uso del traje incaico por parte de los collas y aymaras.
Pero el éxito de los obrajes duró mientras sus fundadores tuvieron vida, pues a la muerte de éstos la industria sucumbió y su propiedad generó una disputa legal entre los herederos de De Rivas y la Compañía de Jesús. Tras años de litigio, los padres jesuitas ganaron el litigio y se hicieron cargo de la administración de los obrajes.
DE obrajes a zona de haciendas y recreo
Pero los religiosos jesuitas no se contentaron con lo que habían logrado Chirinos y De Rivas en los obrajes, así que consiguieron la Cédula Real de 1751 que les autorizaba a construir 80 telares y 18 hornos para fabricar cordellates, pañetas, bayetas y frazadas.
Al mismo tiempo, los jesuitas aumentaron el número de mitayos para el trabajo, pero como resultaron insuficientes decidieron solicitar una autorización para emplear a los presidiarios de la Audiencia de Charcas. El permiso fue aprobado y los presidiarios comenzaron a trabajar con grilletes en los pies.
"La fábrica estaba respaldada por una organización disciplinadamente religiosa, que contaba con instalaciones de herrerías, molinos, lavaderos de oro, industria de tabacos, fábrica de paños y otros, que aportaban abundantes réditos económicos. La extensión de sus posesiones comprendió desde el valle de Putu Putu (actual Miraflores) hasta la región de Calacoto”, se lee en la investigación realizada por los historiadores Carlos Gerl y Randy Chávez.
La producción adquirió tal reputación que la demanda de los géneros se incrementó aún más. Debido al acceso de tal variedad de telas, la población siguió la moda española, que con los años se fue modificando.
Con las telas elaboradas en los obrajes se confeccionaban capas y capotes, camisas, blusas, golillas (cuellos alechugados), calcetas, calzones, chalecos, conocidos como jubones, cuellos postizos, etcétera.
Sin embargo, en 1767 la Compañía de Jesús fue expulsada de los territorios de la Colonia y los obrajes pasaron nuevamente a posesión de la Corona española, con lo que nuevamente comenzó su declive.
La industria decayó a tal extremo que las autoridades españolas decidieron llevar a subasta pública los terrenos y edificaciones que ocupaban los telares, y en noviembre de 1796 todas las propiedades fueron adjudicadas al Monasterio del Carmen.
En 1797, las religiosas transfirieron la parte alta (hoy conocida como Alto Obrajes) al señor José de Landevere, con lo que se terminó definitivamente la industria textil en el valle que hoy es la zona Sur.
En los obrajes convivían los ayllus Pata Qullana y Mankha Qullana, cuyas tierras, tras la sublevación indígena de 1781, encabezada por Túpac Katari, fueron expropiadas y convertidas en haciendas particulares bajo el argumento de que sus propietarios habían apoyado la revuelta.
Debido a su clima benigno, las autoridades decidieron construir un casa de descanso para "sus fatigas administrativas”. Desde entonces el valle se convirtió en una de las zonas preferidas por la población para realizar días de campo en la época de la Cuaresma, paseos e incluso bailes.
Tras la Guerra de la Independencia (1809 - 1825), la zona continuó siendo un lugar de recreo que crecía por la construcción de casas de campo de familias ricas.
Debido a esa expansión, a principios del siglo XIX el valle fue dividido en 19 propiedades extensas que actualmente corresponden a los barrios de Obrajes, Següencoma, Calacoto, Achumani e Irpavi.
Las haciendas y otras propiedades estaban en poder de familias acaudaladas y al servicio de órdenes religiosas. El Monasterio del Carmen poseía, por ejemplo, el 43% de las haciendas de Obrajes.
En 1844, la zona se convirtió en la Villa Ingavi por determinación del Gobierno de entonces, encabezado por el general José Ballivián, quien perseguía el objetivo de encarar el crecimiento y expansión de la ciudad de La Paz. Ballivián enajenó las propiedades privadas, previa indemnización.
Entonces comenzaron a construir las vías que facilitaron el acceso a la Villa Ingavi, como la actual avenida Hernando Siles. En 1880, el presidente Narciso Campero cambió el nombre de la zona por Villa Alianza, que años después adoptó el nombre de zona Sur de La Paz.
Los conquistadores estaban convencidos de que los tejidos de los indígenas no eran los indicados para la confección de sus ropajes, por eso Chirinos y De Rivas instalaron los obrajes.
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