Fuente: http://www.elcorreo.com/vizcaya/20130531/mas-actualidad/sociedad/arqueologo-nazi-tiwanaku-201305301836.html
Aunque parezcan personajes exclusivos de las películas de Indiana Jones, los arqueólogos nazis existieron de verdad. En 1935, Heinrich Himmler fundó la Ahnenerbe, entre cuyos principales campos de estudio se encontraba la arqueología. Para esta institución con pretensiones científicas pero con fines propagandísticos, desarrollaron sus trabajos un grupo de investigadores que iban desde académicos afines al régimen de Hitler a buscadores de civilizaciones imaginarias. Precisamente uno de estos últimos, Edmund Kiss, planeó una ambiciosa expedición a Bolivia cuyo objetivo era demostrar su teoría de que la ciudad de Tiwanaku había sido la capital de un imperio entre atlante y paleoario que existió hace más de un millón de años.
Puerta de sol - Tiwanaku |
El nazi Edmund Kiss |
Un cosmos alternativo La Welteislehre, literalmente 'Enseñanza del mundo de hielo', también conocida como 'Cosmogonía glacial' o como 'Teoría del mundo helado', era una teoría pseudocientífica que había desarrollado el ingeniero austríaco Hans Hörbiger a partir de una visión y varios sueños. Según esta "nueva verdad", el Universo era de una naturaleza que nada tenía que ver con la descubierta por los científicos 'oficiales'. O sea, los científicos de verdad. Por ejemplo, el Sistema Solar había nacido de la colisión de una estrella muerta cubierta de hielo con el Sol. El impacto había generado los planetas y sus satélites. La Vía Láctea era en realidad una estela de bloques de hielo. La Tierra había tenido varias lunas -la actual sería la sexta- que habían ido cayendo en una sucesión de grandes ciclos históricos. El Diluvio Universal y el hundimiento de la Atlántida podían deberse a estas caídas de lunas. Civilizaciones milenarias y desconocidas habían sido borradas de la historia por estos impactos. Hörbiger publicó su estrafalaria ocurrencia en el libro 'Glazial Kosmologie' en 1913, escrito en comandita con el astrónomo aficionado Philipp Fauth. Evidentemente la comunidad científica lo recibió como un disparate sin paliativos, pero obtuvo su predicamento entre místicos, ocultistas y exaltados. A muchos nazis acabaría por gustarles básicamente porque tiraba por tierra los postulados de la 'falsa ciencia judía'. A Himmler le resultaba convincente. A Hitler le encantaba. "Me siento bastante inclinado a aceptar las teorías cósmicas de Hörbiger", comentó en una cena, para lanzarse acto seguido a una embrollada descripción de las ideas del ingeniero, según comenta Heather Pringle en su libro 'El plan maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi' (ed. Debate). Kiss empezó a reunir pruebas de la realidad de la cosmología helada de Hörbigger en 1927. Como las regiones andinas eran una de las zonas de la Tierra que habían resultado indemnes de los impactos lunares y por lo tanto, en ellas podía haber restos de las culturas anteriores a los mismos, mantuvo correspondencia con Arthur Posnansky (1873-1946), austríaco afincado en Bolivia, de cuyos estudios sobre Tiwanaku había tenido noticia. Posnansky era otro personaje asombroso. Emigrado a Sudamérica en 1896, fue un militar austriaco que acabó combatiendo con Bolivia en la Guerra del Acre, contra Brasil. Nacionalizado boliviano y condecorado como héroe de guerra, se convirtió en una personalidad cultural que acabaría por dirigir el Museo Nacional de Bolivia y fundar la Sociedad Arqueológica, entre otros logros. Estudió a fondo las ruinas de Tiwanaku, aunque no realizó ninguna excavación en ellas. Sus puntos de vista sobre la ciudad eran bastante peculiares. A partir del estudio de las alineaciones astronómicas de los edificios, afirmaba que había sido la capital de una civilización primordial que se había expandido hacía unos 17.000 años. Esta cultura prehistórica fantasmal no era nativa, sino que estaba formada por inmigrantes procedentes de lejanas tierras occidentales. Los indígenas solo habían sido su mano de obra. Kiss dedujo que esos constructores enigmáticos tenían que ser arios y todo aquello estaba relacionado con la Teoría del mundo helado. "Creaciones de hombres nórdicos" Los 20.000 marcos que Kiss ganó en un concurso literario le permitieron viajar a Sudamérica en 1928 y explorar por su cuenta las ruinas de Tiwanaku, que midió, topografió y dibujó. Por supuesto, asumió la idea de que aquella ciudad nada tenía que ver con los nativos. En un artículo titulado 'Die Kordillerenkolonien der Atlantiden' (Las colonias de los atlantes en la cordillera) escribió sobre una escultura del yacimiento que "de inmediato resulta evidente que este hombre no es indio, ni posee características mongolas, sino que más bien son nórdicas puras". Los misteriosos occidentales de Posnansky estaban empezando a adquirir inequívocos rasgos arios. "Ciertamente, las obras de arte y el estilo arquitectónico de la ciudad prehistórica no son de origen indio -señaló en otro artículo, 'Nordische Baukunst in Bolivien?' (¿Arquitectura nórdica en Bolivia?)-. Más probablemente son creaciones de hombres nórdicos que llegaron a las altiplanicies andinas como representantes de una civilización especial". Y tan especial, porque el arquitecto pensaba que era mucho más antigua de lo que había imaginado Posnansky. Al estudiar la Puerta del Sol concluyó que se trataba de un calendario, pero adaptado al ciclo de una luna desaparecida, más corto que el de la actual. "Hay algo que sabemos, y resultaría extremadamente difícil convencernos de lo contrario: aunque no puede suponerse la edad de Tiwanaku, ¡debe de tener como mínimo millones de años!" (en el libro 'Das Sonnentor von Tihuanaku und Hörbigers Welteislehre', La puerta del Sol de Tiwanaku y la Teoría del mundo helado de Hörbiger).
Puerta del sol |
Los artículos en los que Kiss divulgaba sus elucubraciones fueron acogidos y publicados con gozo por la prensa nazi. Además expuso sus ideas en novelas fantásticas de temática atlante y en el citado 'La puerta del Sol de Tiwanaku', un ensayo con pretensiones de seriedad. Este libro incluía unas ilustraciones que reflejaban el aspecto que, en opinión del autor, debió de tener la ciudad en los tiempos paleoatlantes, prehistoarios o lo que fuese. En los dibujos, la Puerta del Sol y los demás monumentos de Tiwanaku lucen un aspecto ciclópeo, minimalista y lustroso, mientras que por sus terrazas y escalinatas deambulan individuos ataviados con ropajes fantásticos. Himmler disfrutó mucho con el libro y, según detalla Pringle, "ordenó que se encuadernara un ejemplar en piel como costoso regalo de Navidad para Hitler". Edmund Kiss era la clase de estudioso muy del gusto de la Ahnenerbe, por lo que fue inevitable que el arquitecto entrara en contacto con Himmler y su institución 'científica'. Las ideas 'geniales' y las revelaciones inspiradas eran bienvenidas no solo en la Ahnenerbe sino también en el régimen nazi en general, con cuya naturaleza caótica iban en consonancia perfecta. El mismo Hitler valoraba esta forma de trabajar por encima de la rutina y el método. Como explica Álvaro Lozano en 'El laberinto nazi' (ed. Melusina) , "Hitler rechazaba los procedimientos burocráticos, el trabajo con documentos, las reuniones de trabajo y las labores administrativas en general. 'Una sola idea genial', afirmaba convencido, 'tiene más valor que toda una vida de trabajo concienzudo en la oficina'". En esta forma de entender las cosas, las teorías extravagantes como la del hielo eterno de Hans Horbigger o las de los arios prehistóricos andinos de Edmund Kiss encajaban a la perfección. En busca de la 'herencia ancestral' Fundada el 1 de julio de 1935, por Heinrich Himmler, Herman Wirth, y Richard Walther Darré, la Ahnenerbe tenía por objetivo demostrar la presencia de un pueblo ario primordial, generador de cultura en la antigüedad y de presencia casi universal. Su nombre completo era Forschungsgemeinschaft Deutsches Ahnenerbe e.V. o Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana. "La misión oficial del instituto era doble -señala Heather Pringle-. Por una parte, había de desenterrar nuevas evidencias de los logros y hazañas de los ancestros de Alemania, remontándose hasta el Paleolítico si era posible, y utilizando métodos científicos exactos. En segundo término, había de transmitir dichos hallazgos a la opinión pública alemana por medio de artículos de revista, libros, exposiciones y congresos científicos".
La Ahnenerbe fue un proyecto personal de Himmler, gran aficionado a la historia antigua y la arqueología. Aunque su finalidad era dar una base científica a los postulados raciales de Hitler, éste, de puertas adentro, no mostraba un entusiasmo excesivo por las antigüedades germánicas. “La gente arma un tremendo alboroto sobre las excavaciones realizadas en las zonas habitadas por nuestros antepasados de la era precristiana -declaró-. Me temo que yo no puedo compartir su entusiasmo, ya que no puedo dejar de recordar que, mientras nuestros ancestros hacían aquellas vasijas de piedra y arcilla que tanto fascinan a nuestros arqueólogos, los griegos ya habían construido una Acrópolis”. El Führer no sentía la exaltación arqueológica de Himmler: "¿Por qué tenemos que llamar la atención de todo el mundo sobre el hecho de que no tenemos pasado? -le dijo una vez a Albert Speer-. Ya es bastante malo que los romanos erigieran grandes construcciones mientras nuestros antepasados seguían viviendo en chozas de barro; y ahora Himmler se pone a desenterrar esas aldeas de chozas de barro y se entusiasma con cada fragmento de vasija y cada hacha de piedra que encuentra". Sin embargo, a Himmler no se le pusieron cortapisas. En 1938, la Ahnenerbe, que había dado sus primeros pasos en una oficina pequeña, se estableció en una mansión requisada a una familia judía en el barrio berlinés acomodado de Dahlem. Según Pringle, en 1939, la institución "tendría en nómina a 137 estudiosos y científicos alemanes y emplearía a otros 82 trabajadores auxiliares entre cineastas, fotógrafos, pintores, escultores, bibliotecarios, técnicos de laboratorio, contables y secretarios". Los estudiosos eran académicos simpatizantes del régimen, arqueólogos segundones y oportunistas con ganas de medrar y místicos como Karl Maria Wiligut, un desequilibrado que se autoproclamó experto en escritura rúnica y depositario del "conocimiento sagrado" de las primitivas tribus germanas. La institución patrocinó varias expediciones al extranjero, como las realizadas por Herman Wirth a Suecia para estudiar el arte rupestre de Bohüslan, en el que creía ver una escritura aria perdida, o la más conocida a Tíbet, en la que se pretendía encontrar pruebas de que los arios habían dominado buena parte de Asia hacía miles de años. Kiss quería regresar a Tiwanaku, por lo que propuso a la Ahnenerbe organizar una expedición formal en toda regla. Tanto Himmler como el doctor Walther Wüst, presidente de la entidad desde 1937 y su superintendente desde 1939 hasta su desaparición, se mostraron encantados con el proyecto y decidieron tirar la casa por la ventana. Pringle detalla que la expedición, entre cuyos planes estaba excavar a fondo Tiwanaku, iba a estar formada por 20 personas, "entre arqueólogos, geólogos, zoólogos, botánicos, meteorólogos, pilotos y expertos en investigación submarina, pues el proyecto incluía fotografiar el fondo del lago Titicaca con una cámara especial. Además, se iban a realizar tomas aéreas de las carreteras incas, que Kiss interpretaba como obra de los “señores nórdicos". El presupuesto era de unos 100.000 marcos del Reich (unos 430.000 euros, según un cálculo de 2007), el más ambicioso con diferencia de todos los de la Ahnenerbe. Sin embargo, y afortunadamente para la arqueología boliviana, Tiwanaku no llegó a ser excavada nunca por un equipo de eruditos nazis. El estallido de la Segunda Guerra Mundial dio al traste con el proyecto cuando se estaban gestionando los pasajes y el papeleo de los expedicionarios. El viaje de Kiss fue cancelado y con él los demás proyectos pendientes de la Ahnenerbe en el extranjero, entre ellos, una expedición a Canarias para demostrar la naturaleza aria de los guanches. De la arqueología a los tanques Kiss se incorporó a las Waffen SS y sirvió en varios destinos. Comandó una división de cañones antitanque en Noruega, Alemania y Polonia, y vivió el final de la guerra al mando de las tropas que protegían la Guarida del Lobo. Tras la derrota nazi acabó internado en un campo de prisioneros, pero fue liberado pronto a causa de su mala salud. El tribunal de desnazificación lo etiquetó como 'delincuente grave' pero salió bastante airoso del juicio, celebrado en 1948, durante el que renegó de la teoría del mundo helado, pero no de la teoría racial nazi, que "tiene base, está fuera de duda", según sus palabras. El tribunal lo rebajó de 'delincuente peligroso' a 'simpatizante' y le impuso una multa de 501 marcos, que pagó de su bolsillo. Se retiró como escritor y murió en 1960.
En cuanto a Tiwanaku, los arqueólogos de verdad se han ocupado de ella sobre todo a partir de 1950. Los trabajos sucesivos de investigadores como Carlos Ponce, Jeffrey Parsons, Alan Kolata y Carlos Lémuz, entre otros, han ido perfilando la historia de una compleja cultura autóctona que emergió a mediados del segundo milenio antes de nuestra era, vivió una fase urbana entre el siglo I y el VIII y alcanzó su máxima expansión entre los siglos VIII y XIII. Por lo que respecta a las ruinas de su capital, los arqueólogos han llegado a la conclusión de que no fueron un centro ceremonial vacío, un lugar de peregrinaje que no estaba habitado, como habían sugerido algunos estudiosos, sino que fue una ciudad propiamente dicha, mucho más grande que el complejo monumental que tantas fantasías ha despertado, y formada fundamentalmente por casas de adobe. De hecho, según un estudio de Carlos Lémuz, llegó a abarcar un área de 384.3 hectáreas. Diversas estimaciones, que son objeto de debate, señalan que en la antigua Tiwanaku pudieron vivir entre 20.000 y 96.000 personas.
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