El patriota que no podía morir
El 29 de enero de 1810, en la mañana, comenzó la ejecución de los líderes de la Revolución de 16 de Julio de 1809. El primero en ser ejecutado fue Pedro Domingo Murillo. Enseguida le siguió Juan Antonio Figueroa, sentenciado a morir por pena de garrote. Golpe tras golpe cayó sobre el hombre, pero éste se levantó, vacilante, ante el asombro de los espectadores. En ese mismo instante fue llevado a la horca, pero mientras se aplicada la pena, la cuerda se rompió y Figueroa cayó, arrastrando en su caída al verdugo. Aún así no murió y un soldado se acercó para cortarle la cabeza.
Cuando Figueroa finalmente dejó de existir, su cadáver fue sepultado en la iglesia del Sagrario.
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